«Los servicios sociales no nos dan respuestas, por aquí no les vemos», dice visiblemente resignado Mariano, cuya movilidad está reducida por el alcance de la cánula nasal que le acompaña. Minero jubilado, es de origen madrileño pero trabajó muchos años bajo tierra en Asturias. Ahí se explica la afección pulmonar que le llevó a colgar el pico, la pala y el casco, apareciendo hace más de dos décadas en Mallorca. Para acabar viviendo en una humilde casa levantada con base de pladur, apoyada en el edificio abandonado que es epicentro del asentamiento chabolista levantado en Can Pastilla, a pocos metros de la zona hotelera.
Vive junto a su esposa, también con movilidad reducida, y cobra una pensión «que no me da para casi nada», asegura Mariano. Viven sin agua corriente y el suministro energético lo reciben a través de un generador. Han intentado despejar la zona en la que habitan de la basura que les rodea, amontonada por el resto de personas que residen en el poblado. «Cada día, limpiamos un poco para tenerlo decente, pero es que es peligroso. Hay cristales, hierros... Y no tenemos edad para según qué esfuerzos, y yo menos, que tengo problemas respiratorios», prosigue.
Lamenta la falta de noticias por parte del Ibavi, al que han pedido una vivienda social. «Hay mucha lista de espera nos dicen, pero nosotros somos mayores y yo estoy delicado de salud», añade Mariano, de 65 años, quien asegura no tener problemas con el resto de personas que habitan en ese asentamiento, que ha visto crecer paultinamente. «Ves gente que va y viene, pero cada vez parece que hay más...», espeta.
«Hay uno que arregla bicicletas, otros a los que no es en todo el día, pero nosotros no queremos problemas», explica este minero retirado con problemas respiratorios que pide «un poco más de atención, porque somos mayores y no estamos bien, si nos pasa algo, no sé si podremos llegar a tiempo al hospital», dice Mariano, que amablemente atiende al redactor de Última Hora.
De la misma manera, recuerda algunos episodios de vandalismo por parte de jóvenes y turistas que han acudido al asentamiento con el fin de burlarse de ellos o hacerles daño. «Hemos tenido miedo, pero al final nos ayudamos entre todos y se van, pero nunca sabes qué puede pasar. Hay gente muy mala por ahí», asegura Mariano, que con lentitud regresa a su pequeña vivienda, perfectamente ordenada y digna entre el mar de residuos que les rodea por los cuatro costados.
Josefa LlucdamerdaNo se trata de pedir. Se trata de no llenar la isla de gente que no aporta nada al sistema y que lo único que hace es contribuir a su degradación esparciendose por nuestro territorio y generando màs asentamientos, chatarra, etc.