Pascua en Mallorca es sinónimo de crespells. Estos típicos dulces mallorquines unen a familias y amigos en la cocina y alegran el paladar en plenas vacaciones de Semana Santa. Son parte intrínseca de la cultura illenca y su origen, se sospecha, puede proceder del pueblo hebreo afincado hace siglos en la Isla. El cocinero sefardí Antoni Pinya reivindica la historia tras este manjar, un legado culinario e histórico, ligado a la persecución de la comunidad judía en el siglo XV. Pinya destaca que los judíos se afincaron en Balears alrededor del siglo I d.C., a raíz de la fundación del Imperio Romano. Los romanos trajeron a las Islas una nueva lengua, costumbres y también un flujo migratorio, entre los que, presumiblemente, se encontraban los judíos. De confirmarse la hipótesis histórica, a Mallorca, antes que los cristianos, llegaron los judíos. Uno de los testimonios históricos comprobados más antiguos sobre el pueblo judío en las Islas data del siglo V d.C. Se trata de las cartas del bisbe Server de Menorca, en las que abogaba por la reconversión masiva de judíos.
Entre 1391 y 1435 hubo en Mallorca un alzamiento contra los judíos. Al respecto señala el cocinero y escritor que Simó Duran, último rabino de Palma, se exilió en Argelia y los pocos judíos que quedaron en la Isla se vieron abocados a la clandestinidad. «Se conserva aún una de las cartas que envió Duran a su comunidad mallorquina, explicándoles cómo podían seguir la tradición de la elaboración en Pascua del matzá o pan ácimo, unas pastas secas o galletas hechas sin levadura, que se consumían durante la Pascua hebrea y que simbolizan la salida de los israelitas de Egipto». El cocinero sefardí afincado en Mallorca pone el foco en la confluencia temporal de la pascua hebrea y la cristiana y la similitud de los ingredientes de ambas pastas tradicionales. «El rabino les aconsejó elaborar una pasta muy fina con ingredientes parecidos a los ahora popularizados crespells, a la que dar un cop de forn, según Neil Manel Frau-Cortès, de origen mallorquín y bibliotecario en Estados Unidos». Antoni Pinya lo tiene claro: «Era una pasta de crespell».
Otra de las pistas de su posible origen judío la encontramos en su forma. «Una de las más corrientes es la flor de seis puntas, las mismas que la estrella de David o el sello de Salomón, ambos emblemas hebreos, de seis puntas». Se dice de este último que el rey Salomón grabó en un anillo el hexagrama tras el combate entre David y Goliat, representando la lucha entre el cielo y la tierra. Toda una leyenda medieval de la que es probable que beban los crespells mallorquines. «El gremi dels llauners era controlado mayoritariamente por xuetes. Que tengan la forma de la estrella de David o del sello de Salomón cuadra» con su posible raíz judía, incide Pinya. Y no solo ellos. Se puede encontrar estos mismos triángulos superpuestos en otros emblemas de la cultura illenca, sin ir más lejos, en el rosetón de la Seu.
Ahondando en sus raíces, cabe investigar la etimología de la palabra ‘crespell'. El Dizionario delle cucine regionali italiane recoge el término crespella: una versión italiana de la crepe salada francesa. «La formulación de la crespella italiana viene a ser la receta de un crespell mallorquín» –una oblea fina con agua, harina y huevo como ingredientes principales–, recalca Pinya. «Los franceses lo hacen muy suyo y no reconocerán nunca que sus crepes tienen raíces hebreas». El origen, tanto de la crepe como del crespell, lo ubica en Italia y recuerda los siglos de la Corona de Aragón, en la que Balears compartió reino con Cerdeña, Nápoles o Sicilia, territorios ahora italianos. Sea como fuere, Pinya reivindica el legado culinario compartido en la cuenca mediterránea y sus raíces históricas y anima a escarbar en el tiempo para encontrar el significado y razón de ser de lo que hoy nos parece algo tan sencillo y banal como comer un crespell por Pascua.