Ana Terradas, de 24 años, es una mallorquina que decidió hacer un cambio en su alimentación y enfocarse hacia una vida más saludable. El confinamiento por la pandemia del coronavirus afectó de forma distinta a muchos y su caso fue uno de ellos. Al tener más tiempo libre decidió informarse mejor sobre temas relacionados con este campo. Allí se topó con el movimiento Realfooding, un estilo de vida saludable basado en comer comida ‘real' (no ultraprocesada), y se apuntó a uno de sus planes de alimentación. «Este movimiento me enseñó a leer bien las etiquetas, dar importancia a los ingredientes, fijarme en los alimentos que vendían en el supermercado y que estaban mínimamente procesados y darme cuenta de que no eran tan sanos como yo me pensaba».
A partir de allí comenzó a concienciarse más sobre la alimentación que llevaba antes, que ya era equilibrada, y la que quería. «Reduje mucho el consumo de ultraprocesados y cambié algunos alimentos», explica al tiempo que reconoce que «el azúcar siempre ha sido mi punto débil y mi objetivo fue reducir mi dependencia». Cuando comenzó el cambio intentaba controlarse mucho y ese control le hacía sentirse bien a nivel psicológico «porque era como un reto que estaba consiguiendo». A nivel de salud porque asegura que tenía mucha más energía, menos sueño y estaba más animada para hacer cosas. «Tener más tiempo libre, encontrar el Realfooding y concienciarme más fueron los puntos claves de mi cambio», explica.
Aunque hasta aquí todo puede parecer perfecto, los temas de la alimentación a veces desembocan en distintos caminos dependiendo de la persona. Ana reconoce que el Realfooding le sirvió para cambiar su rutina, empezar a hacer deporte y llevar una vida más sana, pero no esconde que también se convirtió en un tema un poco obsesivo para ella que le hizo perder mucho peso. «Lo que más me costaba era no comer azúcar y a veces cuando no lo comía tenía un poco de ansiedad porque me restringía demasiado. Me cuidaba mucho, pero no en el sentido de dejar de comer, sino en que los alimentos que ingería me nutrían». Durante el confinamiento era más fácil llevar este tipo de vida ya que los restaurantes estaban cerrados y tener vida social no era una posibilidad. Una vez que eso cambió y los locales volvieron a abrir sus puertas Ana estaba tan concentrada en comer bien que en algunas ocasiones «prefería más no salir por miedo a volver a caer en una mala alimentación».
Ahora admite que esa posible obsesión extrema ha hecho que a día de hoy haya encontrado un equilibrio y sea más consciente de qué clase de alimentación quiere consumir. Reconoce que «es verdad que hay alimentos que he eliminado completamente de mi vida porque los encuentro innecesarios», pero «también hay otros que he recuperado con un consumo mas moderado».
No se considera una persona que vaya frecuentemente a comer fuera pero en esas ocasiones intenta optar más, por ejemplo, por un mexicano o un ramen que llevan bastantes verduras antes que irse de tapeo, aunque también lo hace. Asegura que los días que sale o come alimentos menos sanos, al tener una base y saber organizarse mejor en las comidas, se vuelve a adaptar rápido al cambio. «Al final le he quitado importancia a alimentarme bien porque ahora ya sé las cantidades y lo que tengo que comer, por eso no pasa nada si de tanto en cuanto salgo».