Los libros de Historia cuentan entre sus lecciones el periplo vital de Hernán Cortés, militar castellano conocido por conquistar tierra ajena. Según National Geographic en 1521, «un reducido grupo de españoles» bajo su liderazgo y con el apoyo de una «amplia coalición indígena, conquistó a sangre y fuego Tenochtitlán, la gran capital de los aztecas». Esa fue su gran aportación, el qué por el cual se le recuerda. Hoy, sin embargo, repasamos un episodio menos conocido. Cerca estaba su fin y se dirigía aun sin saberlo a un naufragio y una dura derrota militar.
Los historiadores especialistas en América Latina suelen referir cómo el éxito de Hernán Cortés vino determinado por su habilidad y astucia en el aprovechamiento de un momento histórico muy particular. Cortés conoció a los pueblos de América y pronto se topó con las rencillas locales. Así aprovechó un confuso complot indígena para apresar al emperador y hacerlo su rehén. Esa parte de la historia ha sido profusamente estudiada. Algunos sabrán, además, que Hernán Cortés estuvo en Mallorca en los últimos años de su vida.
Hace unos meses el nombre de este veterano académico resonó de repente con fuerza en los medios de comunicación. Ramón Tamames era conocido como uno de los pensadores y expertos que contribuyeron a la Transición. Antes de que Vox lo nombrara para encarnar la fallida moción de censura contra Pedro Sánchez lo tuvimos en Mallorca, presentando su obra Hernán Cortés, gigante de la historia. Con motivo de aquella visita conocimos a vuelapluma un episodio hasta cierto punto profano de la vida del aventurero y pionero extremeño: cuando Hernán Cortés fondeó en aguas de la bahía de Palma.
En concreto, la entrevista del periodista de Ultima Hora Joan J. Serra desveló que Cortés estuvo en Mallorca «al menos» una vez. Esto fue de camino al norte de África, en la fracasada expedición a Argel de 1540, siete años antes de su muerte y poco tiempo después de haberse trasladado de forma definitiva desde el Nuevo Mundo a la Península.
«Las naves y sus tropas se concentraron en Mallorca antes de dirigirse a Argel, pero dudo de que Cortés llegara a desembarcar», dijo Tamames en ese momento. A decir verdad, nadie puede corroborarlo y ello permite dar rienda suelta a la imaginación. Sabiendo que Cortés gustaba de los juegos de azar tal vez echara algunas partidas en las tabernas cercanas al Moll Vell, bien fueran de naipes bien de dados. Eso sí, en cuanto a la bebida lo pintan muy parco, y no es difícil imaginarlo en la cubierta de su navío contemplando la blanca fachada de la Seu de Mallorca salpicada por los últimos rayos del atardecer.
«Finalmente naufragó en Argel con su nave Esperanza» subrayó Tamames en aquella ocasión, restándole todo posible romanticismo a la bucólica imagen de un Hernán Cortés obnubilado por la majestuosidad del templo mallorquín antes de su última gesta. Su última contribución a una corona a la que granjeó nuevos dominios y grandes riquezas. Pero entremos en materia histórica, que en esta ocasión es también bélica y en esencia naval.
«En suma eran 200 naos de gavia y 100 menores, en números redondos», cita el volumen sobre la llamada Jornada de Argel del Instituto de Historia y Cultura Naval, todas ellas reunidas en la bahía de Palma con tripulaciones alemanas, italianas y españolas formadas por miles de soldados, caballos y las necesarias viandas y repuestos.
En concreto, se conoce como la Jornada de Argel a la expedición militar a iniciativa del rey Carlos I de Castilla y a su vez V del Sacro Imperio Romanogermánico en 1541 que buscó arrebatar el neurálgico puerto marítimo al almirante otomano Barbarroja y a su hombre fuerte Dragut, el capitán turco que martirizó durante años toda la costa mediterránea.
Según los escritos, la escuadra que salió de Palma, en la que fue embarcado el rey emperador Carlos I y también Hernán Cortés, era el contingente mayor y estaba liderada por las galeras de Andrea Doria, príncipe de Melfi y almirante en jefe de la expedición. El hombre de Estado genovés cambió su lealtad por el rey francés para servir al emperador Carlos I, lo que concedió a la Armada imperial una cierta preponderancia sobre sus enemigos galos, turcos o berberiscos.
A Doria le acompañó en Palma un fuerte contingente multinacional: cuatro galeras de Malta; cuatro galeras de Sicilia al mando de Berenguer de Requesens; seis galeras de Antonio Doria; cinco galeras de Nápoles, con García Álvarez de Toledo y Osorio; cuatro galeras del Conde de Anguilera; dos galeras del Vizconde Cicala; dos galeras del Duque de Terranova y dos galeras más del Señor de Mónaco. El punto de encuentro en la bahía al sur de Mallorca no reunió a todas las fuerzas, pues la escuadra de Málaga, junto con los galeones del Cantábrico, se dirigieron directamente hacia aguas argelinas.
Sin embargo, aquella aventura terminó en derrota sin paliativos para los europeos. Las pérdidas fueron muchas, pero no se contabilizaron, ni al parecer hubo voluntad de hacerlo. Los historiadores suelen vincular este resultado a la escasa planificación de la misión y el clima desfavorable con que se toparon «en la poco abrigada costa de berbería», lo que llevó al fracaso estrepitoso de la expedición.
De hecho un fuerte temporal que duró semanas y las defensas bien pertrechadas de los argelinos pusieron las cosas difíciles desde el mismo momento de la llegada. Cuando lograron desembarcar, los hombres del emperador se dieron cuenta de que carecían del material pesado requerido para los asedios, como piezas de artillería o herramientas de escalada para sortear las murallas.
Cuando parecía que la rendición de Argel sería cosa de días, y se sucedieron escaramuzas con sensibles pérdidas, el temporal recrudeció habida cuenta de que el mes de octubre tocaba ya a su fin. En cuestión de horas más de cien naves fieles a Carlos I e indispensables para la logística se hundieron en el mar. Las tripulaciones varadas fueron pasadas a cuchillo por los norteafricanos sin resquicio alguno de piedad.
Cuentan que Doria reunió a los supervivientes al abrigo de un cabo. Hernán Cortés, a quien dejamos mirando la Catedral de Mallorca cuando las aguas mediterráneas aun no bramaban rabiosas, tuvo una idea y propuso al emperador embarcarse de nuevo. Capitaneando las tropas volvería a intentar la conquista de Argel. Pero Carlos se contuvo y no aceptó una tentativa más para lograr el objetivo propuesto. De haberlo hecho, probablemente ambos y muchos más hubieran muerto en el intento, pues el clima marítimo despidió a la coalición del rey Carlos I con nuevos envites y vientos huracanados.
«Hernán Cortés fue un gran defensor del mestizaje» esgrimió el conocido economista y expolítico Ramón Tamames en Palma, con motivo de la presentación de su obra, un libro sobre la figura controvertida del conquistador del imperio azteca más allá de su vertiente militar. A la vista de los hechos de Argel, el «mestizaje» que ensayó Cortés en el actual México no pudo completarse ni llevarse a cabo en la plaza fuertemente defendida por los pueblos amazic, berber u otomano, quedándose a medio camino y sin la gloria que pretendió.