En mitad del horror, de la desinformación, de la muerte, los bulos, la catastrófica gestión de una catástrofe, el barro, los escombros, la solidaridad; justo en medio, es necesario pararse a respirar y asimilar la realidad de lo que está ocurriendo en la Comunitat Valenciana. Los daños son inimaginables e indescriptibles, ni siquiera de mano de los vídeos grabados por los propios voluntarios en el terreno; es suficiente.
Valencia sufre. Y su tristeza provocó una reacción inaudita en toda España. También en Baleares. Sólo la acción humanitaria preparada por Inca Mallorca Solidaria logró reunir, en cuestión de 48 horas, más de 105.000 kilos de material de primera necesidad. Y con él, treinta furgonetas particulares y profesionales, cuatro trailers de carga y sesenta personas dispuestas a entregarlo todo en el barro para poder contribuir con su granito de arena a paliar la catástrofe.
Nada más llegar, el convoy mallorquín fue consciente de la gravedad de la situación y del porqué no acaba de entenderse hasta verlo. Ninguna imagen es fiel a la realidad. La entrada en Paiporta, el epicentro del desastre, impacta a cualquiera; incluso a los múltiples efectivos desplegados por la zona. Es una realidad que los inmensos vehículos militares del Ejército, de la UME y demás, pasan y recalan en numerosas calles, sobre todo, liberando accesos en las vías que todavía continúan siendo impracticables; pero también es cierto que, lo que más se ve por las calles de los núcleos afectados son: voluntarios, fuerzas y cuerpos de seguridad y emergencia de todos los rincones de la península y vecinos; vecinos que bajan con un carrito y sus botas de agua, quien las tiene.
Ha sido una de las entregas vitales por parte del convoy. Una tarde eterna en Paiporta se repartieron más de treinta pares de botas protectoras nuevas. También los equipos de protección para los jóvenes que llevan días limpiando las calles. Sólo el grupo de los sesenta mallorquines de Inca Solidaria portaba 20.000 EPI's (equipos de protección individual) donados por el Ajuntament de Inca, y casi 10.000 mascarillas. Todo ello se ha repartido en 72 horas de carrera a contrarreloj.
La asociación dividió los trabajos mediante jefes de equipo y dividió las rutas para llegar al mayor número de núcleos posible: Chiva, Llombai, L'Alcudia, Guadassuar, Algemesí, Silla, Lloc Nou de la Corona, Benetusser, Alfafar, Massanassa, Catarroja, Albal, Paiporta, Picanya, Alaquas, Aldaia y tantos más. Entre tres y cinco furgonetas salían a destino a partir de las 06:30 de la mañana, muchas veces, cambio de plan en mitad del camino. El trabajo en campo supone saber reaccionar a ese tipo de giros inesperados.
Llamadas de conocidos, peticiones por redes, consejos de los vecinos; todo ayuda para lograr que la carga se entregue y se reparta donde es más necesaria. Durante estos once días post-catástrofe, toneladas de material han recaído en las zonas más afectadas, sobre todo, Paiporta y Picanya; donde ya cuentan con naves y pabellones que almacenan material humanitario. No hay un problema de cantidad, sino de calidad. Esos puntos de recogida son un hervidero de voluntarios y vecinos, de cargas y descargas, de llamadas de teléfono, estrés y mesitas a pie de calle en las que los vecinos tratan de ofrecer café y algo para comer a los que están entregando su tiempo a ayudar.
Muchas entidades han pedido el cese de la recogida respecto a los alimentos y la ropa; Valencia comienza muy despacio a despertar y las necesidades, ahora mismo, son otras: productos frescos que es mejor comprar en los pocos comercios de la zona que funcionan, herramientas para seguir con el trabajo (botas de agua, trajes protectores, gafas, guantes de trabajo) y en las áreas un poco más adelantadas, ya se está solicitando la llegada de profesionales autónomos y materiales para las reparaciones. Las donaciones económicas a las ONG fiables son y serán siempre la mejor de las ayudas para la Comunitat Valenciana y su estado actual.
Los vecinos necesitan contar su historia. No quieren compadecimiento, pero sí abrazos, empatía y sobre todo, escucha, comprensión, entendimiento. En Picanya es fácil quedarse horas escuchando como el agua ha cambiado la vida de tantas personas, llevándose sus casas por delante. Los vecinos necesitan que la sociedad sea consciente del cómo y del porqué. Que los presentes sean conscientes de que, tras lograr superar la emergencia inmediata, deben depurarse responsabilidades y analizar qué ocurrió para que no se recibiera un aviso que habría salvado vidas. Vidas y pueblos enteros.
Darle protagonismo a las personas por encima de los escombros y escuchar atentamente sus peticiones a pie de calle: «Karcher's y la maquinaria pesada». Porque si no se retiran las toneladas de escombros y los más de 100.000 coches destrozados, no se puede limpiar, ni avanzar, ni seguir adelante. Saben que, de momento, el barro se está moviendo de un sitio a otro, o cae en las alcantarillas, o se solidifica donde nunca más volverá a salir.
Cada uno de los voluntarios que ha participado en este convoy ha podido hacerse a la idea de la realidad real, valga la redundancia intencionada, de una catástrofe de dimensiones inesperadas que se ha convertido en el mayor desastre natural ocurrido en la historia de España; aunque, como recuerda el reportaje fotográfico en blanco y negro que acompaña este texto, realizado por José Almansa Serra, (voluntario en esta expedición), ya son muchas las riadas históricas que recordamos y pocas las que se han evitado. Ojalá ésta sea la última.