Llata, pasión por un oficio ancestral

Los talleres de una aragonesa y una italiana revitalizan un significativo capítulo de la vida cultural de Capdepera

Araceli Iranzo y Antonella Farris, fundadoras de la escuela artesana.

Araceli Iranzo y Antonella Farris, fundadoras de la escuela artesana | Foto: M. À. Cañellas

| Palma |

Hay que dejar la autopista y transitar carreteras secundarias durante varios kilómetros para llegar a Llubí, uno de esos pueblos que parecen suspendidos en el tiempo, ajenos al frenesí de nuestros días. En ese microuniverso reposado y sutil se encuentra La escuela artesana. Aparco frente a la puerta –un lujo impropio de la ciudad–, mientras dos jilgueros hacen una pasada rasante por la calle, felices y despreocupados, me hacen pensar en la fugacidad de la vida y en la hiriente facilidad con la que damos la espalda a aquello que realmente importa, cosas como la tranquilidad, la reflexión y los paseos sin rumbo. Al crecer las olvidamos y, como las perlas de un collar roto, acaban dispersas por el suelo, rodando hasta rincones olvidados. Precisamente para recuperar el pulso de la vida y detener su metrónomo febril, Araceli Iranzo cambió Zaragoza por Llubí hace varios años. Aquí fundó un espacio donde los creadores de la Isla transmiten su pasión por oficios ancestrales que, partiendo de lo tradicional, proyectan una mirada contemporánea. Oficios como la cestería y artesanía de llata.

«En 2009 descubrí el Museu de la Llata de Capdepera. Me impresionó mucho, tanto por la belleza de sus piezas como por las historias que se contaban. A través de esta exposición pude conocer a Ses Madones de Capdepera que, con su generosidad, me pusieron una silla en su círculo de trabajo». Así fue la reveladora toma de contacto de Araceli con este grupo humano que va menguando con los años, «cuando empecé había una decena de mujeres y ahora solo quedan tres». Desde el principio, supo que debía luchar para que una técnica «tan arraigada a Mallorca» no cayera en el olvido. «Mi idea era reunirme con otras artesanas para aprender, y así luego podríamos hacer talleres sobre esta técnica». Y es ahí cuando Antonella Farris, otra discípula de Ses Madones, se sumó al proyecto. La italiana, que está especializada en lana y piel, llegó de Cerdeña, otra isla bañada por el sol. Juntas pusieron en marcha el taller en el año 2018.

Recuperación

Araceli muestra su satisfacción por «la labor de recuperación de un oficio y una forma de vida», una actividad que reconoce «me aporta mucho equilibrio a nivel personal». Ambas siguen en contacto con las Madonas ‘supervivientes’, quienes pese a su avanzada edad siguen manufacturando todo tipo de enseres con llata, «nos vemos cada quince días y trabajamos juntas», apunta.

Explica Antonella que «en la Isla hay mucho palmito, sobre todo en las zonas de Formentor, Andratx y Artà». Con él se abastecen para fabricar cestas, sombreros y objetos decorativos «siempre con un toque contemporáneo y artístico». Sus manos y unos pocos instrumentos sencillos les bastan para crear, «utilizamos un punzón, tijeras y una aguja hecha específicamente por un herrero». Ni siquiera usan metro «porque medimos en brazadas». En el círculo de trabajo, junto a Araceli y Antonella, trabaja en silencio Bárbara Graverán, una cubana que perfecciona su técnica con la paciencia de un maestro relojero.

Una caribeña, una italiana y una emprendedora aragonesa se afanan, en pleno siglo XXI, en revitalizar una ocupación que antaño «fue más que un simple oficio, era una necesidad. Los objetos que fabricaban eran esenciales para la vida diaria en las zonas rurales», concluye Araceli.

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