La mayor gloria no es no caer nunca, sino levantarse siempre'. Aunque esta frase luciría genial enmarcada en la consulta de un psicólogo, lo cierto es que es una cita robada directamente a Nelson Mandela. El 18 de julio, es un buen día para recordarla, pues se celebra el Día Internacional del célebre político sudafricano. Por ello, la ONU invita a todas las personas del mundo a celebrar y recordar al carismático dirigente africano, que con su aliento y capacidad tuvo el sueño de forjar un mundo mejor. Por eso este día es una buena ocasión para emprender y propiciar el camino del cambio.
Mandela consagró su vida al servicio de la humanidad, como abogado defensor de los derechos humanos, como preso de conciencia, trabajando por la paz y como primer presidente elegido democráticamente en una Sudáfrica libre. Pero, dado que esta tribuna, este espacio, no se creó para abordar temas políticos -su aire desenfadado no casa con el gris cariz político de nuestros días-, aquí abordaremos su huella en la música, el cine y el deporte. Que, como verán, no es peccata minuta.
Nelson Mandela nos dejó hace once años tras una vida luchando por la equidad entre razas. Con él se fue el Premio Nobel más carismático, al que la industria musical jamás dio la espalda, dedicándole muchos y sentidos homenajes. The Specials le compuso el pegadizo Free Nelson Mandela; Bob Marley agasajó al mandatario con War; Johnny Clegg le brindó su Asimbonanga y, en un plano más intimista, encontramos el Freedom now de Tracy Chapman. Aunque la canción que mejor captó el espíritu de ‘Madiba' es obra del escocés Jim Kerr, quien al frente de Simple Minds -una banda que nos visitó anoche, por cierto– compuso el épico Mandela day en 1988. El 1 de septiembre de ese mismo año, el estadio londinense de Wembley acogió un concierto que reivindicaba enérgicamente la libertad del político. Fue retransmitido en 67 países con una audiencia de 600 millones de espectadores.
Ese evento fue un revés para el gobierno sudafricano, que pocos meses después cedía ante la presión mundial y le liberaba de su cautiverio. Atrás quedaban 27 años de penurias en una celda de reducidas proporciones, una historia recogida por Clint Eastwood en Invictus. Una película que sigue la pista a la relevancia del deporte en nuestra sociedad. Mandela conocía de su poder y se alió con el en pos de lo imposible: unir a blancos y negros. Su plan cristalizó en 1995, coincidiendo con la final del mundial de rugby celebrada en su país, donde los suyos se enfrentaban al inexpugnable combinado neozelandés.
Ese día, Madiba apareció en el palco con la camiseta del equipo nacional, los Springboks. Bailó y cantó, y todos, blancos y negros, le aclamaron en la histórica jornada en la que se impusieron a los invictos neozelandeses. Once años después de su muerte, el mundo es un lugar más frío, triste y desigual. La ausencia del político ha dejado un vacío irreemplazable que priva al desvalido pueblo africano de la voz que, obstinada, se alzó ante la injusticia. Mandela fue presidente de Sudáfrica pero pudo serlo del mundo.