Cuando los trabucazos entre Canamunt i Canavall todavía resonaban en los callejones y tras las esquinas. En los tiempos en los que el enfrentamiento encarnizado entre facciones nobiliarias opuestas en Ciutat de Mallorca llegó a dejar 300 muertos en tres años. Cuando las epidemias iban y venían en las Islas, como en media Europa, y las condiciones de vida eran paupérrimas y más que limitadas, en esos tiempos, una bruja recorría las calles de Palma. Caterina Floreta, ese era su nombre.
Varios trabajos literarios e históricos recogen la vida y milagros de esta mujer a quien el azar o tal vez el infortunio trajeron a nuestra Isla. Catalana de nacimiento, concretamente natural de Olot, su periplo se retrata en algunas obras, entre las que destaca Caterina Floreta. Una bruixa del segle XVII (Lleonard Muntaner), de Bartomeu Prohens Perelló, un libro que Llegendàrium, el compilador de leyendas de las tierras de habla catalana, ya reseñó en su día.
Proponemos, como le propuso Prohens Perelló a sus lectores, un viaje en el tiempo. Un viaje sugerente que, como anticipa en el mismo prólogo de la citada obra el jurista mallorquín Vicenç Mut, reseña la importancia de la brujería en Mallorca como una realidad política con implicaciones directas en el poder y en su legitimación. Entiende este estudioso que la paraula que sedueix és un perill per l'Estat. Interesa ver cómo asocia el destino de la Iglesia y los males que la amenazan al destino del primigenio estado moderno, cuando la separación entre lo divino y lo seglar no es considerada conveniente ni mucho menos asumida como necesaria.
En este sentido advierte que la brujería, como término cajón de sastre de prácticas heréticas y pronunciamientos en público que se salen de la norma general, implica un potente carácter de seducción para las gentes de a pie. Gentes a las que, como hemos anticipado al inicio, les rondaba la penuria, la tragedia y la muerte de forma constante.
Es en ese contexto en el que topamos con Caterina Floreta en Palma. Es interesante observar como su llegada a la ciudad mallorquina nos permite, cientos de años después, seguir sus pasos por calles y enclaves que aun a día de hoy son emblemáticos, como la Rambla y el carrer dels Oms, o la siniestra Casa Negra, la sede del Sant Ofici. Su relato puede parecer una novela pero no lo es.
En efecto, parte del encanto de aproximarnos a leyendas y misterios propios reside en la posibilidad de ir siguiéndolos a pie de calle, de reconstruirlos con la imaginación en el momento actual. La suerte que corrió Caterina Floreta es uno de los procesos mejor documentados de la brujería en Mallorca, un tema que abordamos desde un punto de vista más general anteriormente, viendo cómo desembocó su herencia en el imaginario colectivo y la cultura popular de Mallorca. Pero esto es diferente, esto no son rondalles. Esto va muy en serio.
El proceso de Caterina Floreta se celebró en el primer tercio del siglo XVII, y sirve como paradigma para desgranar las creencias folklóricas y las fetilleries populares conjugadas con las creencias religiosas predominantes y nada permisivas. Asimismo caracteriza el funcionamiento de un tribunal de la Inquisición, institución que en las tierras concordantes con la Corona de Aragón llevó a cabo su actividad a lo largo de siete siglos, y de aquí su gran importancia social.
Eran tiempos en los que la inquina hereditaria iniciada en Ciutat por los Anglada y los Rossinyol se había extendido ya por buena parte de la Isla. Tiempos en los que el bandolero Llorenç Coll Barona se erigía como figura carismática y de autoridad, tratando de tú a tú al virrey. Un contexto convulso plagado de incertidumbres y donde escaseaban las certezas. Un contexto en el cual Caterina Floreta se trasladó a Mallorca, procedente de Cataluña, un viaje cuya explicación varía algo según las fuentes.
Algunos autores apuntan a que fue llamada desde su tierra a raíz de unos fenómenos extraños que se producían en una casa señorial de la ciudad, propiedad de una mujer, Antònia Ballester. Cuentan que en esa casa había un tesoro enterrado en los exteriores, un tesoro cuyo origen es desconocido. Alguien aseguraba haber visto extrañas figuras noctámbulas entorno al jardín, y ya que se decía que Floreta podía comunicarse con los espíritus la contactaron, expresando interés en que se ocupara del extraño caso.
Como apunta la sinopsis del editor, «en 1622 la familia Ballester descubrió que había un negrito en el huerto y pensaron que era un espíritu que guardaba un tesoro encantado». Esta premisa da cuenta de hasta dónde era capaz de alcanzar la superstición en una sociedad iletrada, una superstición que les hizo recurrir a Caterina Floreta cuando otros tantos fracasaron al intentar exorcizar el lugar, aparentemente sin éxito, pues no había ni rastro del tesoro.
El veredicto de Floreta fue claro. Según ella, se había tramado una gran traición y el yerno de los Ballester había ofrecido al dueño de la casa y la hija pequeña Margarida al Dimoni Lluís. Sumida en una especie de trance, que algunos atribuyen a un estado mental patológico, la bruja contestaba las preguntas que le hacía la propietaria sobre la casa y le dictaba los hechizos que, supuestamente, le darían poder para deshacer la insidia y sobre el mismo tesoro misterioso.
Aquí toca hacer un punto y aparte, para más tarde retomar el hilo, pues ciertamente las destrezas de gente como Floreta podrían calificarse de inquietantes, y más teniendo en cuenta algunos de los 'ingredientes' que utilizaba para sus filtros y sus hechizos, aparentemente basados en pura superchería, sin mucha o nada base científica. Recientemente el programa de IB3 Ràdio Font de misteris dedicó un tiempo a esta cuestión, sobre el material publicado en un apéndice por Bartomeu Prohens Perelló. En concreto, Floreta habría indicado a Ballester algunos pasos a realizar para obtener éxito en su búsqueda. Dijo que viajaría hasta Vic y desde allí le enviaría un brazo de niño de carne y hueso. La señora palmesana solo debería poner unas candelas en sus dedos y recitar unas frases a modo de hechizo. De este modo, según Floreta, su señora de Palma podría volverse invisible.
Otro hechizo de la bruja catalana tenía como materia prima la cabeza de un condenado a muerte en la horca, y decía aplicarlo para curar las dolencias del corazón. La receta indicaba que se debía tomar la testa del ajusticiado y triturar parte de ella, para que después el enfermo consumiera el polvo resultante. Otro recurso 'mágico' de Floreta garantizaba un pasaje seguro en el mar. De este modo, para evitar que los moros asaltaran los barcos, proponía llevar un trozo de hueso del cráneo de un niño aun con cabello agarrado, que previamente había encantado con una oración. No obstante, no todos los recursos de Floreta eran tan macabros, y en su proceso se investigó una historia con una espada en la cual, transcribiendo un mensaje en su hoja, probablemente proveniente de algún manual cabalístico o de artes oscuras, se aseguraba que convertía en invulnerable a quien la poseyera.
Más allá de esta 'sapiencia' el talento de Caterina se basaba en que su boca articulaba las palabras que, en teoría, le susurraban las entidades sobrenaturales que habitaban el lugar. Así hacía las veces de medium pero la cosa no acabó bien. Para ella, principalmente.
Puede que alguien viera a las dos mujeres en una de esas sesiones espiritistas y saliera escandalizado, directo a acusarlas de brujería ante los inquisidores. Puede que la señora no quedara contenta con las respuestas que Caterina Floreta conseguía de los espíritus que, según su propia teoría infundada guardaban un tesoro. No se sabe concretamente cómo se gestó, pero la preparación de maleficios y la conspiración se convirtieron en públicos, hasta el punto que llegaron a oídos del Tribunal del Sant Ofici, y estos no iban a quedarse de brazos cruzados. De hecho el encargo de Antònia Ballester a Caterina Floreta dio lugar a un proceso punitivo que se alargó durante cinco años, y que fue famoso y popular, hasta el punto que ha llegado bastante información hasta nuestros días. Lo cierto es que la bruja fue acusada públicamente de «hacer ciertos encantamientos, hechizos e invocaciones de demonios para descubrir ciertos tesoros».
Floreta era muy consciente de que sus trances la distinguían y la hacían especial. De hecho se puede afirmar que en buena parte vivía de ellos, aunque no tenía ninguna explicación para los mismos, ni tampoco sabía decir por qué escupía a las imágenes de Cristo que le exhibían los jueces inquisidores que la interrogaron en Palma durante largas sesiones. Es lógico pensar que para una persona tipo de la época, con muchos prejuicios y escasa formación en aspectos físicos y mentales, careciera de toda explicación que alguien hablara sin ser ella misma, en un estado de semiconsciencia, con voces distintas.
El proceso se alargó, en parte, porque entre los implicados se hallaban dos cómplices relacionados con la vida eclesiástica. Todos hemos visto los crueles métodos de tortura de los que la Inquisición se hacía valer para obtener confesiones. Posiblemente bajo la amenaza de sentarla en la silla de interrogatorios, de afilados clavos, o estirarla en el potro hasta descoyuntarla Floreta confesó y aceptó ante los ojos de la Inquisición que era presa de los demonios.
Curiosamente esta no hizo nada por sanarla del supuesto mal. El castigo, la exhibición pública y el destierro fueron las únicas respuestas que el sistema ofreció a Caterina Floreta. De este modo la pasearon por toda Palma a lomos de un burro y le propinaron 200 azotes. La enviaron de vuelta al continente, con el aviso claro y diáfano de que, si regresaba, la matarían. Nunca más volvió y su figura se diluyó en la oscuridad de los tiempos.