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Mujer, libre y empoderada: La herencia de las brujas en Mallorca

La medicina en un estadio primigenio de desarrollo y solo disponible para las clases sociales más altas provocó la proliferación de curanderos, herboristas y hacedores de talismanes y amuletos, tanto en Mallorca como en el conjunto de la Cristiandad. | Redacción Local

| Palma |

Mallorca, como el resto de su entorno, tuvo su propio pasado como tierra de brujas, y su recuerdo permanece impregnado en la mente colectiva a través de la tradición. Nos aproximamos a su figura a través de la Real Academia Española de la Lengua (RAE), que las define como «persona a la que se le atribuyen poderes obtenidos del diablo». Otra acepción dice «en los cuentos infantiles o relatos folclóricos, mujer fea y malvada que tiene poderes y que, generalmente, puede volar montada en una escoba». A simple vista comprobamos que se trata de una representación muy arquetípica de parte de una institución lingüística ortodoxa y tradicional. Una institución, dicho sea de paso, dirigida por hombres y mayormente formada por estos, un detalle que tal vez se trasvase a la definición sobre las brujas que ha empapado la concepción sobre ellas más extendida en el común de las personas.

Sorprende su supuesta naturaleza maligna, su vinculación con los poderes oscuros y el mismísimo Diablo, cuya explicación debe entenderse en un contexto religioso y cultural muy concretos, que atañen por igual a las Islas y al conjunto de la Cristiandad, en el cual ser mujer con conocimiento que garantizara una cierta libertad estuvo mal visto durante largo tiempo. Lo estuvo entonces y ese yugo pesa y mucho aún en nuestros días.

Caracterización gótica. Esta tribu urbana actual exhibe una simbología que ensalza temas vinculados a la oscuridad como el luto o la muerte, temas en cierta medida vinculados a la brujería y que en cierta medida suponen un tabú para el grueso de la sociedad. Foto: HP Koch.

La historiografía nos muestra como, pese a todos los intentos de silenciarlas e incluso cazarlas, en Mallorca habitaron personas con facultades especiales que se ganaban la vida gracias a sus habilidades poco corrientes desde los tiempos más antiguos, pasando por el medievo y los principios incipientes de la modernidad. La medicina en un estadio bastante primigenio de desarrollo era solo cosa al alcance de los más altos estamentos sociales, y las villas y ciudades eran entonces frecuentadas por curanderos, tanto hombres como mujeres.

Algunos afirmaban no solo guarecer los males corpóreos, también los del espíritu o el alma. Unos practicaban supuestos encantamientos para obtener favores o fortuna. Otros eran expertos en el uso medicinal de las plantas, que administraban en malolientes brebajes y ungüentos. Cierto tipo de personas ofrecían a quien los quisiera y tuviera algo con qué pagar amuletos con distintos objetivos. Es cierto que en ese contexto de precariedad y analfabetismo generalizados triunfaron los truhanes y los imitadores del gato por liebre. No obstante, no todos eran simples estafadores y los había que aglutinaban un saber ancestral, emanado de la cultura popular y recibido de viva voz de sus mayores. Un saber que los empoderaba y les permitía salir adelante, incluso prosperar y vivir cómodamente, en un contexto muy duro. A ese tipo de gente, en muchos casos mujeres nacidas de estratos sociales humildes, en Mallorca se les conoció como bruixes o fetilleres.

Resulta difícil cuantificar con exactitud su dimensión, dadas las limitadas fuentes escritas sobre un tema que a menudo no era público, o que la posterior censura religiosa proscribió, relegándolo a la marginalidad. De entre esa marginalidad, las mujeres fueron las más vilipendiadas, y para hacerse una idea de ello basta con volver a las primeras líneas de este escrito y releer las definiciones oficialistas que de las brujas nos han llegado a nuestros días. Pero una cosa es la visión oficial y otra muy distinta el sentir del pueblo. Permitan que estas líneas den algo más de protagonismo a la segunda.

Hace un tiempo Ultima Hora publicó una interesante entrevista a Antoni Picazo (Artà, 1960), experto en la cuestión xueta y en la brujería en Mallorca. En sus respuestas habló de la persecución a las brujas mallorquinas, ahora que el proyecto No eren bruixes de Sàpiens.cat ha cobrado una cierta popularidad. Se trata de una iniciativa que persigue ensalzar y dignificar la figura de las mujeres juzgadas y condenadas a muerte por brujería a lo largo de los siglos en Cataluña, y sostiene que en muchos casos esos juicios no se sustentaron tanto en sus supuestas prácticas heréticas como en su afán por vivir libres y sin ataduras a jerarquías de ningún tipo. A veces las persiguieron por pensar cosas descabelladas o simplemente 'modernas'. La libertad siempre ha causado inquinas en aquellos que persiguen que todo permanezca atado y bien atado.

En los últimos compases del siglo XV se inicia la cacería de brujas como fenómeno generalizado en toda Europa. Foto: Ксения.

En el Principat las cifras de mujeres muertas por esta causa escandalizan a los ojos sensatos, y a diferencia de lo ocurrido en esas tierras, el experto indicó que en la Isla tan solo se contabilizan una treintena de procesos entre los años 1500 y 1800. De ellos sólo la mitad acabaron en condenas y casi siempre con penas leves, apuntó. No obstante, el investigador recalcó el enorme impacto social que controversias como estas causaban en una sociedad pequeña, aislada y no muy hecha a las modernidades, como lo era la mallorquina en ese momento histórico. Asimismo, hay que dejar en el aire la posibilidad de que, como en el caso catalán, muchos procesos públicos fueran llevados a cabo por la justicia seglar, y de ello no haya quedado constancia en los libros y papeles de las autoridades, algo que invita a pensar que la persecución podría haber sido mucho mayor y las cifras de mujeres asesinadas también.

La Inquisición se cebó en muchos lugares con personas que supuestamente practicaban la brujería y las artes oscuras. Es un fenómeno que no solo se produjo en las tierras que actualmente componen España, sino que en puntos de Europa la persecución fue incluso mayor. Tanto calaron esos siglos de violencia que como producto se acuñó una expresión: cacería de brujas. En esa vorágine despuntó a las puertas del siglo XVII la figura de un inquisidor en Mallorca. Pere Gil, jesuíta de origen catalán, desempeñó su labor como rector en Montision, y ha pasado a la posteridad con el apelativo de inquisidor comprensivo. Gil, calificador de la Inquisición, uno de los primeros cargos de la Compañía de Jesús en este estamento, se distinguió de la norma general por afirmar que, en muchos casos, las personas procesadas por brujería eran inocentes.

En numerosos actos públicos, y en sus propias obras escritas, Gil daba cuenta de que numerosas denuncias de sus propios vecinos a hombres y mujeres que supuestamente practicaban brujería tenían orígenes mucho más mundanos, tal vez en inquinas personales, codicia o enemistad. En los casos en los que sí se acreditaba una práctica mágica díscola, a esas personas las consideraba simples títeres del Diablo, por lo que a su entender no eran más que víctimas. Condenarlas a la hoguera tras confesiones mediadas por los más crueles aparejos de tortura, una auténtica aberración.

Hace un tiempo el Pueblo Español de Palma acogió una muestra con algunos de los instrumentos de tortura utilizados por la Inquisición. Foto: Teresa Ayuga.

Pere Gil pasó a la historia sin que sus tesis se impusieran. La Inquisición siguió juzgando y condenando a brujos y brujas más de cien años después de su muerte. Sin embargo, esta acabó siendo abolida y su herencia en cierta forma olvidada. En cambio, la idea de las brujas, tal vez su legado, pervive largo tiempo después en la mente colectiva de los mallorquines, y lo hace básicamente en dos aspectos.

El primero de ellos son los relatos de cultura popular, ejemplificados en las Rondalles mallorquines. En este punto es pertinente ensalzar a una bruja en particular, quizás la bruja más famosa de cuantas aparecen en las historias de brujas que se cuentan en Mallorca. La bruixa Joana ha ascendido a lo más alto del podio de la brujería mallorquina gracias, en gran medida, a una popularidad que debe entenderse ligada al trabajo del poeta, lingüista y folclorista Antoni Maria Alcover, religioso manacorí coetáneo del también clérigo pollencí Miquel Costa i Llobera, quien entre muchos otros trabajos destacados nos presentó a Nuredduna, el arquetipo del alma isleña más salvaje y ancestral.

Si la lírica de Costa i Llobera era sublime y elevada, de Alcover destacó su trabajo de campo, sobre el terreno, recopilando y poniendo por escrito las leyendas populares de su época en una ingente y destacada labor de compilación y literaturización de las historias divulgadas por el propio pueblo.

Entre las principales obras de Antoni Maria Alcover figuran el Diccionari català-valencià-balear y el recopilatorio Aplec de rondalles mallorquines d'en Jordi des Racó.
Las Rondalles mallorquines trasladan una fiel imagen de la tradición oral presente en Mallorca a caballo de los siglos XIX y XX. Foto: Joan Sitges.

De na Joana el perfil especializado en leyendas de los territorios de habla catalana Llegendàrium dijo que fue «la bruja de Mallorca que cabalga literalmente la realidad y el mundo de los sueños, confundida entre ambos, como si nunca hubiera existido una frontera entre los dos mundos». Su historia es muy conocida, seguro que alguna vez la han oído contar, y de ella no se desprende una maldad innegable como la que nos cuenta la RAE. Seguro que Pere Gil no la hubiera procesado por sus actos; más bien marca su personalidad un deseo troleador de quien no fa bonda o no respeta su posición de autoridad como persona con atributos especiales. No perdamos de vista que el compilador de las rondalles fue un religioso, al fin y al cabo, y en esa calidad no iba a poner por escrito según qué tipo de historia.

Este deseo moralizante y educativo, por otra parte, es característico y compartido en muchos relatos de literatura popular a lo largo de toda Europa. Por si no la conocen damos paso a una profesional, Catalina Contacontes, que se la presentará con todo lujo de detalles y mucho mejor que lo que podamos hacer la mayoría.

Además de la enseñanza moral que aporta el desenlace de la historia de la bruixa Joana, su huella permanece intrínsecamente ligada a la tierra. Por ejemplo, en el bosque de Bellver, en Palma, podemos hallar el pou de la Bruixa Joana, que actualmente permanece tapado por motivos lógicos de seguridad, y cuyo fondo conecta a no mucha distancia en dirección al torrent del Mal Pas con una gruta que fue utilizada en el pasado como polvorín. Quién sabe si es la misma gruta que la tradición identificó como la cova de la bruixa, en la que se desarrolla la acción narrada en la rondalla.

El puig de ses Bruixes, en Llucmajor, medio oculto por las nubes. Foto: Packo Jacko.
Vistas privilegiadas desde la cima del Puig de ses Bruixes. Foto: Tomàs Vibot.

Este es de hecho el segundo aspecto en el cual ha quedado sellada la memoria de las brujas de Mallorca: la toponimia. Muchos nombres de lugar de nuestra tierra apelan a la presencia de brujas, y de entre ellos destaca el Puig de ses Bruixes, un escarpado peñasco del macizo de Randa, en el término de Llucmajor cercano al límite con Algaida. La Gran Enciclopèdia de Mallorca narra que antes fue conocido como Puig de Sant Joan, hasta que alrededor del siglo XV se colocó una cruz en su cima. Esta cruz perseguía el objetivo, según la tradición, de asustar a las brujas que se dirigían de Algaida a Llucmajor. Actualmente no existe rastro de dicha cruz, de quien algunas versiones dicen que fue colocada por el mismo Rei en Jaume en su tiempo.

Curiosamente, podemos comprobar que su cima cuenta con una perforación, que bien podría haber cumplido la función de hueco para acoplar el extremo de un palo o de una cruz. Otra vez vemos que la tradición no marca a las brujas como seres del Averno, tan solo molestaban a los lugareños como una especie de entretenimiento, un estilo de vida travieso en cierto modo similar al que se atribuye a otros representantes del imaginario popular mallorquín, como los follets o dimonis boiets.

Hablando de bruixes y de cultura popular, ‘Nit bruixa' es un apelativo más o menos común que se refiere a la revetlla de Sant Antoni, la noche más mágica del invierno mallorquín donde los foguerons refulgen la magia ancestral del fuego. Se trata de un momento ideal para hacer volar la imaginación y para dar cabida a las Bruixes de Mallorca, un grupo que desde hace algún tiempo reivindica y vive los correfocs a su modo, desde el punto de vista femenino.

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