Que la realidad supera en ocasiones la ficción no es una frase hecha. Los mallorquines tenemos este relato muy interiorizado, un relato que forma parte de la historia normativa, la que se plasma en los libros académicos, además de las leyendas del pueblo, las que fijan en la memoria colectiva unos hechos antiguos distinguiéndolos por su relevancia. No obstante, a buen seguro que la historia de Cabrit y Bassa, los dos soldados asados en las brasas por negarse a rendir el castell d'Alaró, daría para líneas argumentales enteras de autores como Joe Abrecrombie o George R.R. Martin. En efecto, como si de un Targaryen se tratara, el Rey Alfons III de Aragón se mostró inmisericorde frente a aquellos que cuestionaron su poder. No tenía dragones -ni falta le hacían- para acabar con sus enemigos. Especialmente crudo fue con los mallorquines encargados de defender el portón de Alaró, uno de los castells roquers de Mallorca, a quienes no dudó en ajusticiar de una escabrosa forma nada más tomar el control de la estratégica plaza. Hoy rememoramos lo sucedido en el castell d'Alaró cuando un rey vilipendiado decidió dar una lección a todo el mundo.
Todo empieza por el principio, y en este caso el inicio es una guerra, un inicio repetido y recurrente en la época medieval cuando los conflictos por temas religiosos, morales y económicos eran casi el pan de cada día. Más que de una guerra hablamos en este caso de un despliegue de tropas y unas tímidas escaramuzas, a decir verdad. Maniobras militares que a la mayoría de la población de Mallorca les parecieron pugnas dinásticas que no cambiarían mucho sus vidas y en las que no debían inmiscuirse. Tras algunas décadas de cierta independencia, el Reino de Mallorca se tambalea. La floreciente casa comercial, una de las más destacadas en el Mediterráneo occidental, ha refulgido tras la conquista del Rei en Jaume, que concede a las Islas un estatus propio, agregándole los condados del Rosselló y la Cerdanya así como tierras en Montpeller y Perpinyà.
La relación feudal entre dos ramas de la misma casa se revela problemática. Además, los derechos de cada territorio implican relaciones de poder con terceros que en ocasiones plantean contradicciones. De un lado tenemos a Jaume, ostentador por deseo de su padre de la corona mallorquina, y de otro a su sobrino Alfons, a quien también su padre, Pere el Gran, le habría pedido retomar el dominio directo del archipiélago. La argucia legal, la excusa para dar inicio a la confrontación, la encontraron en una supuesta colaboración de la Corona de Mallorca en un intento de invasión francesa en tierras de Cataluña y Aragón (1285). En noviembre y como represalia, Alfons atacó las posiciones baleáricas. Sus escuadras enfilaron hacia Ibiza y Mallorca. En pocas semanas culminaron su campaña militar y no contento con ello, acabó con la dominación andalusí de Menorca, Isla que repobló según dicen las crónicas de «buena gente catalana» y asegurándose su lealtad, en su camino de amasar influencia hacia el este a través del mar.
Durante la guerra entre Alfons III d'Aragó y Jaume II de Mallorca, las tropas continentales tomaron ventaja rápidamente y solo tuvieron que concentrarse en algunos reductos rebeldes. Uno de los más activos fue la guarnición que se resistía a ceder el dominio del Castell d'Alaró. Algunos recordaban cómo los musulmanes habían evitado apenas medio siglo antes la dominación cristiana de la Isla resistiendo desde su peñasco. Cuentan que al mismo monarca Alfons (Anfós en catalán antiguo) no le hacía ninguna ilusión esperar mucho tiempo para asegurarse el dominio completo de la ínsula díscola. Quizás por ello dirigió el asedio en persona y ordenó la entrega del castillo a Guillem Capello, llamado Cabrit, y Guillem Bassa, sus defensores.
En este punto el relato popular hace de las suyas y afirma que los defensores respondieron al monarca con sorna. Casi se habrían reído de él en su cara. Cuenta la tradición popular que dijeron que en Mallorca no sabían nada de ningún Anfós. Que en Mallorca, los anfosos son pescados que se comen cocinados al horno. Dijeron que Mallorca solo tiene un Rey: el Rey en Jaume.
Puede que esa afirmación tenga más de leyenda que de realidad. El caso es que Alfons no iba a permitir que Cabrit y Bassa rieran los últimos tal y como queda plasmado en este fragmento, unas líneas del poema El Comte Mal de Guillem Colom, que se fija en un episodio que ha hecho pasar al Castell d'Alaró a la posteridad:
Quan la lluita es fa més forta,
truca un missatger a la porta:
-Castellans, lliurau de pressa les claus del castell rebel
o de grat deixau-vos prendre:
el fort que car es deixi vendre
serà en sec fet pols i cendra,
insepults els qui el defensin i menjats pels corbs del cel.-I, ¿qui amb tal ordre us envia?
Cabrit irat responia-
-Anfós d'Aragó i Mallorca jurat com a rei i hereu.
-No coneixem al reialme
altre rei que el rei En Jaume
A Mallorca, -i perdonau-me-
anfós és un peix que es menja amb allioli a tot arreu...-Llamp del cel!, que és gran vilesa
sofrir més vostra escomesa!
¿Qui gosa amb tals paraules insultar el rei d'Aragó?
-crida Anfós als de la plaça.-
-Dos lleials: Cabrit i Bassa.
-¿Cabrit, dieu? Bona caça!
Doncs, com cabrits jur rostir-vos per escarment del traïdor!
Finalmente los ocupantes de la cima de Alaró cedieron. Quién sabe bajo qué promesas declinaron alargar interminablemente el asedio y abrieron las puertas. Las tropas aragonesas y catalanas tomaron control de esta posición, que ya vivió escaramuzas destacadas en el pasado, por ejemplo en los primeros años del siglo X, durante la conquista islámica de Mallorca, donde sus ocupantes ofrecieron una resistencia numantina. Su importancia radica tanto en su inexpugnable dominio de la peña como en la espléndida perspectiva que su atalaya ofrece de todo el llano de la Isla y las dos bahías.
Tomado el botín de guerra por parte del Rey a los irreverentes Cabrit y Bassa les esperaba un final de sufrimiento. La leyenda afirma que la amenaza se cumplió, Alfons ordenó que los prendieran y los asaran como a un par de cabritos en la plaza de Alaró, enclavada por aquel entonces en la zona conocida como los Damunts, probablemente el centro de la vila de la época. Con el tiempo se ha mantenido vivo el recuerdo de los hechos, e incluso recientemente se ha buscado sobre el terreno posibles evidencias de que Cabrit y Bassa fueron martirizados en el lugar, hace casi 800 años.
No solo impactó el ajusticiamiento en la Isla. Con toda probabilidad la noticia salió de las fronteras propias, donde el Rey no tenía muy buena fama al haber sido ya excomulgado. Durante largo tiempo se sustuvo la hipótesis de que los dos personajes que defendían el castell eran en realidad legendarios. De hecho, algunos estudiosos resaltan la escasez de referencias contemporáneas y el hecho de que ninguno de los cronistas medievales de mayor peso los mencione en sus obras, a pesar de la magnitud del hecho y de su trascendencia para la Corona mallorquina y por extensión para la aragonesa.
Algunos historiadores lo explican como un movimiento de la cancillería real para silenciar la humillación del Rey, excomulgado tras su trato salvaje de dos plebeyos que le debían obediencia. No obstante, no hay que olvidar el papel protagonista que jugó el pontífice católico en la ecuación política y geoestratégica que sustenta todos estos movimientos.
En efecto, existe un amplio consenso en que el propio papa de Roma ejercía por aquel entonces como un jefe de estado más, defendiendo los pingües intereses intrincados en la cuestión siciliana que el estado vaticano ostentaba. Sicilia fue la cuestión de poder que originó parte de los conflictos de Alfons con sus homólogos francés y mallorquín, por lo que la excomunión de los reyes de Aragón se planteó como un buen mecanismo de presión para resolver los asuntos políticos a su conveniencia.
En todo caso, ¿qué fuentes escritas hablan de Cabrit y Bassa? Inicialmente son dos. Sus nombres aparecen en el Breviarium Maioricensis, el breviario propio para decir misa de la diócesis de Mallorca que se utilizó durante largo tiempo y que fue sustituido por el romano en el siglo XVI, quedando olvidado el antiguo culto mallorquín que asciende a los castilleros de Alaró hasta el nivel de mártires. Casi santos, adorados y festejados por el pueblo, que bien recordaba los sucesos a la sombra de la montaña y cuya historia se fijaba para las generaciones posteriores tanto en retablos como en grabados.
Por otro lado, la bibliografía descubrió allá por el siglo XIX un documento del año 1300 en la Audiencia de Mallorca. En él Guillem y Berenguer Bassa, hijos y herederos de Guillem Bassa, «condenado a muerte y confiscados sus bienes catorce años antes» reclamaban sus derechos. Esa fecha nos lleva a 1286, justo la fecha de la muerte de los defensores.
Por otra parte, un documento medieval conocido como capbreu, recoge el beneplácito del Rey Sanç I de Mallorca para que los restos de Cabrit y Bassa reposen en la Capella de la Pietat de la Seu. Este hecho se ha interpretado como que Sanç recibió de sus familiares una deuda pendiente para expiar sus pecados, que tenían que ver con la condena a los hombres fieles a Jaume. Dos personajes históricos, dos mallorquines de a pie que con el tiempo se han ganado un lugar de privilegio en la mente colectiva, personificando los valores de libertad y fidelidad a la tierra.