En el interminable poblado de chabolas que se levanta entre Son Serra Parera y Can Valero, a las puertas de Palma, poco movimiento se registra durante las mañanas. Muchos de sus habitantes salen a buscarse la vida -muchos de ellos con la chatarra- mientras las aves (gallos e incluso algún pavo real) y los gatos se convierten en guardianes de una gran cantidad de barracas levantadas sobre un terreno en el que la vegetación camufla la vista cada vez menos discreta desde la carretera de Establiments.
Al otro lado de la acera, unas viviendas acomodadas dibujan un panorama diametralmente opuesto al de un enclave en el que sigilosa, asoma desde la puerta de su humilde chabola Javi. Un carpintero mallorquín que «por cosas de la vida» se ha visto abocado a vivir en esas condiciones. Dice que es «de los que más tiempo llevo por aquí, unos cuantos años ya» y asegura que «esto ha crecido de una manera que es difícil de imaginar».
Y lamenta que, incluso, «algunas veces han venido jóvenes con mecheros y han dicho que nos iban a pegar fuego a las chabolas. Bastante tenemos que, encima, estamos indefensos...», explica Javi, quien señala a los que considera culpables de esta emergencia habitacional y la situación a la que se han visto muchos condenados a vivir.
Molesto
«Los políticos se hacen los locos, o no lo quieren ver, pero esto también es su ciudad», dice con rotundidad. «Sean de derechas o de izquierda, todos al final miran por lo suyo», continúa Javi, quien tiene como compañeros de viaje a los 'vecinos', «algunos rumanos que se han instalado a un lado, luego los marroquíes, unos pocos, cuatro creo, españoles...» y a los gatos que merodean por su chabola. «Me hacen compañía y cuando me voy, sé que me echan de menos».
Del crecimiento de este tipo de asentamientos chabolistas, asegura Javi que «son también parte de Palma e irá a más porque el precio de la vivienda está imposible». Y recuerda que los pobladores de estos poblados «somos también ciudadanos, aunque estemos aquí, abandonados».
Lamenta el incivismo de algunos de sus compañeros en el asentamiento, que lanzan basura «que puede ser peligrosa en verano por el calor», aunque Javi se preocupa «de recogerla y tener, al menos allí donde vivo, lo más decente posible». Ante su chabola, un humilde taller que ha levantado le sirve para limpiar y recopilar piezas mecánicas que le pueden reportar algún pequeño ingreso para subsistir al otro lado de la vía de cintura, a las puertas de Palma y con unas vistas que apuntan a Can Valero, desde donde este importante asentamiento resulta visible.