Cort ha echado la casa por la ventana este miércoles de finales de julio con hasta tres presentaciones o anuncios de calado para la ciudad: la reforma del Passeig Marítim que se iniciará tras el verano (que, no olvidemos, paga la Autoritat Portuària), la oferta pública por once millones de euros para la compra de los terrenos de Lluís Sitjar (tras lustros de abandono, aunque han sido los únicos que han trabajado de verdad para solucionar un conflicto histórico) y la cesión por diez años del espacio de s'Escorxador a CineCiutat (gran noticia). Se nota que agosto está a la vuelta de la esquina y el equipo de Gobierno se quiere tomar un descanso, el último antes de emprender la recta final hasta las elecciones del próximo año, con fuegos artificiales como despedida. Todo muy efectista, pero, me van a permitir, rebajar el entusiasmo. Siento decirlo, pero la transformación de la ciudad prometida hace siete años -cuando arrancó el primer mandato de este Pacte de izquierdas- no ha tenido lugar. La reforma del Passeig Marítim será probablemente la más importante de todas las previstas, pero los 20 meses de ejecución aseguran su inauguración por parte del próximo Gobierno municipal que salga de las urnas.
La pura verdad es que este Consistorio entra en el último tramo de la legislatura con la cesta de los proyectos urbanísticos culminados apenas vacía. Inaugurarán Nuredduna, con más protestas que alabanzas pero lo harán; lograron culminar el Palacio de Congresos, cierto, y cortarán la cinta del nuevo parque del canódromo, aunque tres años de retraso deslucen cualquier fiesta, pero poco más.
Vaya por delante que la inoperancia de un Gobierno no supone el más mínimo mérito para la oposición, pero qué duda cabe de que la enorme burocracia, la falta de personal para tramitar papeles, la pandemia, la descoordinación interna y cierta incapacidad para la gestión ágil se han sumado para que Palma siga siendo la misma, urbanísticamente hablando, que hace siete años.
El proyecto del velódromo, la segunda parte del del Parc de sa Riera, la reforma de s'Aigo Dolça, Son Busquets, los planes para la antigua prisión, la transformación de la zona del viejo Lluís Sitjar, el edificio de Gesa ... son todos ellos proyectos anunciados a bombo y platillo y que siguen pendientes. Ni siquiera la intención de tirar el monumento de sa Feixina se ha materializado. Tampoco las mejoras de la Plaça d'Espanya o del Parc de la Mar, ni la nueva BiciPalma, son una realidad aún. No hay un solo aparcamiento nuevo y los mismos puntos negros que había antes siguen existiendo hoy.
Pero lo peor, dicho con dolor por quien quiere vivir en la mejor ciudad posible y que se congratula de la enorme belleza de muchos de sus rincones, ya no es que que la transformación urbanística no llegue, lo más desolador es el estado en que se encuentra la urbe en general, a la que cualquiera que la conozca sabe que puede describir, sin ser injusto, como sucia, ruidosa y cara. Desolador ... por muchos turistas que la visiten.
Los anuncios de Cort de este miércoles son ilusionantes, en comparación con las continuas presentaciones a las que nos tienen acostumbrados -nuevas motos para la policía, barredoras para Emaya, una escala para los bomberos, etc.-, que no dejan de ser obligaciones de cualquier ayuntamiento de las que no se tendría ni que informar, pero no basta para justificar ocho años, con pandemia o sin ella. En mi opinión.