Hace cincuenta años, el Polígono de Levante (hoy Nou Llevant) se levantaba como área industrial que iba a reconvertirse en residencial para dar cobijo a la población llegada desde la Península a la búsqueda de trabajo y una mejor vida. En un terreno despejado, próximo al mar, se gestó un centro educativo que, medio siglo después, sigue en pie y exhibiendo su característica silueta y diseño, referente en su momento dentro del campo arquitectónico. Pero, por encima de todo, el Instituto Antoni Maura ha dejado una huella imborrable entre las diferentes generaciones de alumnos que en él se han formado y han vivido unos años irrepetibles.
La semana del 27 al 31 de mayo, el IES Antoni Maura celebrará sus 50 años de existencia con una serie de actos que culminarán el último viernes del mes con un encuentro informal de exalumnos, acompañado de charlas y exposiciones con las que recuperar la memoria de un centro educativo revolucionario en lo académico y, todavía hoy en día, singular.
Elena Gili se ha encargado de dar forma y reescribir la historia del edificio, diseñado por el arquitecto Antoni Alomar i Esteve (Palma, 1937). Esta exalumna del Maura -hasta 1997- eligió profundizar en el valor patrimonial del recinto durante el Master de Gestión del Patrimonio que cursó e incluso viajó a Madrid para conocer y recuperar los planos originales y el proyecto del centro, cuya protección y catalogación reivindica, al ser considerado un Edificio de Nivel A, o lo que es lo mismo, de relevancia nacional e internacional, y figurar en diversos catálogos y webs de referencia.
Explica Gili que el edificio del Antoni Maura buscó ser «amigable con un entorno por entonces vacío», en un barrio en plena construcción y cuya imagen dista años luz de la actual, en la que las nuevas viviendas «han acabado por engullir al instituto, por lo que es más necesario ese reconocimiento», que se plasma en la Guía Arquitectónica de Mallorca. El autor recibió influencias muy fuertes de la Bauhaus y Le Corbusier que se trasladan a su creación en el en aquellos años Polígono de Levante palmesano.
Entre las singularidades de aquellos planos que escrutó estaba la planificación de una capilla en la planta más elevada, aunque nunca llegó a concretarse. Todo, en un proyecto que se desarrolló en un solar que no era el elegido -se iba a ubicar cerca de lo que hoy es la Agencia Tributaria- ni con su función inicial, pues iba a ser un instituto femenino. «El encargo fue en 1970 y al final fue mixto», asegura Gili.
El curso 1973-74 fue el que dio forma a la primera generación. Con unas comunicaciones complicadas y buscando dar salida a otro centro próximo como Son Malferit, su proyecto se modificó hasta en dos ocasiones, apunta Elena Gili, quien señala aspectos llamativos como sus colores -los inseparables azul y amarillo-, las vigas a la vista o las persianas verticales que se abrían y cerraban con una manivela.
«Eran tres bloques: uno educativo, otro administrativo y otro que es el espacio de los laboratorios, algo más independiente», apunta Elena Gili, experta y exalumna del Maura, que se construyó en una zona en la que apenas había una actividad industrial centrada en fábricas como Can Ribas o Corominas o la antigua Gesa, cuyos tanques de gas acompañaron durante décadas a los alumnos y llevaron incluso a protestas ecologistas.
A su vera, el colegio Camilo José Cela iba a ser el centro masculino, con el Maura como femenino, pero finalmente la historia y los planes cambiaron. Pero no la idea de levantar un instituto de Bachillerato que hoy ofrece toda la oferta completa de esos estudios, superando la mala imagen que le acompañó durante décadas, y que refiere Gili especialmente que «en las memorias de trabajo refería problemas de seguridad» en aquel espacio vacío al pie de La Soledad y en unos años complicados para la barriada.
La singular decoración cerámica o mosaicos que decoran parte de su interior y del recinto acompañan la inspiración que el arquitecto plasmó también en la iglesia de Llombards o de la Colonia de Sant Jordi. En especial, la primera ofrece muestras y similitudes muy claras con el IES Antoni Maura en su diseño y ejecución.
El Maura fue un elemento movilizador en el barrio, pero también a nivel social y académico, reuniendo a cerca de un millar de estudiantes y ofertando también estudios fuera del horario matinal. Y que, en un tiempo en el que la oferta de estudios medios fuera del centro de Palma se limitaba a unos pocos centros como ese, capaz de reunir a gente de diferentes barrios de la ciudad y de todo tipo de perfiles y clases sociales.
Esa es una de las señas del IES Antoni Maura en su medio siglo de vida. Ser abierto, a la vez que transgresor e innovador e integrador en su espacio y más allá. Y que sigue vivo en el recuerdo de miles de estudiantes que allí se formaron y aprendieron muchas cosas. Pero que, por encima de todo, lo pasaron bien en un espacio de libertad.