A casi diez días de iniciarse la histórica ola de calor que vive Mallorca, los mercurios continúan disparados. «Y solo estamos en julio», advierten muchos entre lamentos y sofocos. Las conversaciones de ascensor sobre climatología tienen más vigencia que nunca, aunque las complicaciones que acarrean las altas temperaturas dependen en gran medida del bolsillo. En pleno siglo XXI aún se distinguen diferencias sociales en algo tan simple -y a su vez tan peligroso- como el calor. Según el instituto Carlos III, la semana pasada murieron 510 personas en España por calor.
María José Cortés (23 años) teletrabaja para una gran compañía turística mallorquina. Se da, dice, con un canto en los dientes por ganar unos 1.500 euros mensuales, pues le da para vivir de forma tranquila, pero modesta. A pesar de la pasión que le pone a su trabajo, las jornadas laborales se le hacen eternas. En su casa, colindante al barrio de Corea, la temperatura no baja de los 30ºC y no puede encender el aire acondicionado de que dispone porque la máquina arroja el calor en la habitación de su compañero de piso. «Tiramos de ventiladores y remedios caseros. No hay otra», se lamenta. Miguel Ángel Sena pasa ocho horas diarias frente a la plancha de un bar de barrio. «Si hace estos días unos 36ºC en la calle, aquí hay que sumarle 10ºC más. No está pagado», explica y asegura que cada temporada pierde hasta ocho kilos de lo que suda. En la misma ciudad y en el mismo instante hay quienes se abrigan en julio. Todo aquel que trabaja en oficinas tiene la suerte de librarse, al menos ocho horas, del peligroso calor de estos días.
La problemática se vive con desigualdad también entre casas y hasta en barrios. El calor no se soporta de igual forma en el humilde barrio de María José, Corea, lleno de cemento y falto de árboles, o la misma Plaza de España en Palma, punto de encuentro por excelencia de palmesanos, con poca sombra y temperaturas considerablemente más altas que el passeig del Born, amenizado con una suave brisa costera que hace descender el mercurio hasta los 30ºC.
Las diferencias de calor se extienden también a la multitud de visitantes que invaden la isla este verano. Puede que estén de vacaciones, pero ser turista estos días no es tarea fácil, en especial, si se cuenta con un ajustado presupuesto. Solo hay que imaginar el bochorno de un paseo al mediodía entre el gentío y sin sombra para entender por qué buscan desesperadamente refugio en todo establecimiento que encuentran. «Lo peor fue cuando llegamos al hotel, en la Playa de Palma. Se aprovecharon del calor que hacía y nos querían cobrar por el aire acondicionado. Era carísimo, pero no se podía esta sin él en la habitación», critican Julia Schmeissner y Jasmin Goetz. A quienes el bolsillo se lo permite pueden hallar cobijo en céntricos restaurantes, donde la diferencia de temperatura es de hasta 10ºC con el exterior.
Quizá uno de los indicadores más evidentes de esta desigualdad de temperaturas es la forma de trasladarse. Más de cinco grados separan coger un taxi a un bus. La Estación Intermodal de Palma alcanzaba este martes los 34ºC, en contraposición con los 25ºC de los taxis con aire acondicionado. Jordi Cordero esperaba en la Intermodal, como la mayoría, abanico en mano: «Si llevas esperando el bus 20 minutos como yo, es mortal. Al menos en los nuevos autocares hay aire acondicionado».
Todo apunta a un peor panorama climático en los próximos años, ante lo que semejantes diferencias -y consecuencias- continuarán agudizándose si el resto de condicionantes no se adaptan. Quedan como consuelo de momento los grandes almacenes para guarecerse a mitad de paseo.