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Pandemia de coronavirus

La lucha por sobrevivir regentando un bar

Javier Moreno ha bajado la persiana de su bar tras 11 años. | M. À. Cañellas

| Palma |

Casi tres meses con el bar cerrado, los siguientes han sido una montaña rusa de ingresos y ahora prohíben utilizar las barras. Lo llevaba barruntando un tiempo y las últimas medidas han hecho que acelere mi decisión de bajar la persiana de forma definitiva y cambiar de sector», lamenta Javier Moreno, que durante los últimos once años ha estado al frente del bar La doble jota, en el Mercat de Pere Garau, y se ha convertido en la primera víctima de las últimas restricciones del Gobierno central para frenar el avance del coronavirus. Una de las más polémicas, la clausura de las barras de los negocios de hostelería. «¿De qué voy a vivir si solo puedo atender a los clientes con esos metros? Los bares hemos pasado a ser un lujo».

A la prohibición del uso de las barras se añade que el máximo de clientes permitidos por mesa es de 6 personas y que los locales deberán colocar a la vista el aforo permitido. El uso de la mascarilla es obligatorio mientras no se consuma. Las asociaciones de restauración de Mallorca aseguran que es la puntilla para el sector, al tiempo que vaticinan una cascada de cierres. Pero dentro de la pésima situación general del gremio de la hostelería, son los bares pequeños, los de barra de toda la vida, con una parroquia fiel, los que se llevan la peor parte de la mala suerte que acarrea el sector desde marzo.

Barras proscritas, obligados a mantener distancias inviables según el tamaño del establecimiento, con la exigencia en algunas de que los clientes estén sentados, con horarios restringidos por la noche, el modelo de barra tal y como lo conocemos no tiene recorrido ahora mismo.

Lili Gutiérrrez y su madre, que acaba de salir del ERTE, en Ses Cubanes. Han alquilado otro puesto para colocar mesas.

Paliar el problema

Lili Gutiérrez lleva ocho años al frente del bar Ses Cubanes, en el interior del popular Mercat de Pere Garau. De este pequeño establecimiento viven ella y toda su familia. Tiene contratado a su marido, a su madre y a su suegra. Todos en ERTE todavía, excepto su madre y ella, que esta semana han vuelto a abrir, porque para qué hacerlo si solo tiene ocho taburetes en la barra ahora inutilizados. Con este espacio clausurado, calcula que las ventas han bajado hasta un 70 %. Por eso ha alquilado otro puesto enfrente del suyo en el que caben nueve personas. «Ahora pago más de 2.500 euros al mes en arrendamientos. En un bar de mercado la barra es fundamental. Pasan con la compra, se paran a tomar algo y se marchan. Si tienen que sentarse, muchos optan por irse a otro lado», lamenta Lili, que esta semana ha obtenido el permiso para instalar tres mesas bajas más delante de la barra. ¿Ayudará en algo? «Es una tirita. Si no, aquí nadie llega a año nuevo».

Mar, Adela y Noe, responsables del Bellaombra, no pueden colocar más sillas en su negocio.

Misma opinión comparte Martina Salvà, propietaria del Bar de Martina, en otra esquina de la misma plaza, en el que también trabaja su hijo mayor; el pequeño venía de refuerzo los sábados, pero ahora no hace falta. Esperaba jubilarse en su propio negocio, pero «ahora no lo tengo tan claro», confiesa la restauradora, que no quiere subir precios ni bajar la calidad, aunque las ventas se hayan desplomado. Espera a poner cinco nuevas mesas junto a su establecimiento para atraer a más clientes. Mientras, ve cómo se dan media vuelta muchos potenciales clientes al no encontrar sitio, y compra barriles de cerveza más pequeños porque los de 40 litros se le echan a perder.

Medidas de Cort

Esta semana ha entrado en vigor una medida del Consistorio palmesano para ayudar a los bares de plazas de abastos que dependían casi exclusivamente de las barras para hacer caja. Teniendo en cuenta los metros de pasillo donde están ubicados, la distancia de seguridad entre personas, así como la libre circulación, solo nueve locales de restauración de los 22 bares o barras de degustación que existen en los mercados podrán colocar mesas con dos sillas enfrentadas y han podido adherirse a esta medida: cuatro en el Mercat de l'Olivar, dos en la plaza de Pere Garau y tres en el de Santa Catalina. El resto sigue esperando nuevas medidas, como Mar, Adela y Noe, que hace casi dos años decidieron emprender y montar un bar, el Bellaombra, en el Mercat de Pere Garau. El pasillo donde está ubicado su negocio no cumple con las medidas estipuladas por Cort y se han quedado sin mesas adicionales. Han pasado de tener seis mesas y 12 taburetes en barra a quedarse con tan solo tres mesas debido a las restricciones. «Somos tres socias, el margen de beneficio es pequeño. Nos daba para cubrir gastos y llevarnos un sueldo. Ahora depende del mes», explican.

Cort ha permitido instalar mesas bajas en algunos bares.

Y en el Mercat del Olivar mismas historias. Jaime Aguiló tiene una carnicería y dos bares. A pesar de la que está cayendo, no ha despedido a ningún trabajador. Pero no sabe cuánto tiempo podrá aguantar el chaparrón. «Digan lo que digan, esto es la ruina. No sé cómo vamos a aguantar, aunque nos dejen poner mesas adicionales», finaliza.

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