Con sus proyectos, Joan Fontcuberta (Barcelona, 1955) escribe nuevos capítulos de la historia de la fotografía contemporánea. Nos habla de postfotografía, al referirse a la encrucijada de un medio ante la irrupción digital. En sus últimos libros, se ha fijado en imágenes ‘enfermas', que se descomponen. Una de esas instantáneas, a la actriz Margarida Xirgu, centró en febrero un debate en el Teatre Romea de Barcelona. Fontcuberta la encontró en el Archivo Planas de Palma, donde ahora regresa para investigar e inspirarse. El fotógrafo impartirá, en la sede del archivo, una clase magistral este viernes 30, a las 18.00.
Hace un año, encontró una fotografía, en proceso de descomposición, de Margarida Xirgu.
—Estuve examinando el material del Archivo Planas. Me encontré postales y negativos de ella, que me interesaron. Fue una primera visita, de un día y medio. Ahora voy a estar una semana y espero encontrar más tesoros.
En sus últimos libros, parte de fotografías deterioradas por el paso del tiempo.
—Desde hace unos años, este trabajo de archivo me obsesiona. Es un homenaje a la fotografía química que está desapareciendo. Durante casi dos siglos, hemos fotografiado con el mismo sistema: la luz que impregna las emulsiones, que se revelan químicamente. Ahora saltamos hacia una nueva dimensión, con imágenes creadas por inteligencia artificial. Es una época de transición. La pasión por las ruinas de las fotografías antiguas es un camino poético de la pérdida de un valor que ha sido fundamental: la memoria.
Leyéndole, no sé si la fotografía nos ayuda a recordar o a olvidar. Se acaba recordando la fotografía tomada, y olvidando lo que sucedió.
—En efecto, hay un conflicto de memoria con la fotografía, que nace como un dispositivo de memoria, pero lo es de una manera particular. Centra el recuerdo sobre un instante y elimina lo anterior y posterior. Las fotografías nos ayudan a recordar, pero el peaje que pagamos es olvidar todo lo demás.
El fotógrafo Mark Power evoca su infancia con imágenes desenfocadas, porque se parecen a la memoria. Usted apuesta por fotografías desvanecidas.
—Sí, eso permite hablar de la fotografía como un ente vivo, con su propio metabolismo, que nace, se desarrolla, crece, llega a la madurez y senectud, sufre una agonía y muere. La fotografía nació como una promesa de eternidad, pero no es así, las imágenes sufren y gimen.
¿Qué futuro tiene la fotografía como documento?
—Siempre se ha contrapuesto la fotografía documental con la creativa y experimental. Esas son categorías ambiguas y equívocas. La fotografía documental no es una categoría objetiva por ella misma, lo es por la función que le podemos atribuir. Cualquier imagen puede tener un papel documental, depende del significado que adquiera para nosotros.
¿Entra así la fotografía en su mayoría de edad?
—Es una mayoría de edad que casi es una fecha de defunción. Las cámaras actuales se parecen a las antiguas, pero el andamiaje ideológico ha variado radicalmente. Las fotografías eran objetos que conservábamos como tesoros. Los valores fundamentales de verdad, identidad o archivo desaparecen o tienen que compartir el pastel con otros valores, como conectividad, comunicación y celebración. Al sacar la cámara en un concierto, demostramos que nos parece importante. La fotografía ocupa esferas de la vida distintas de las que ocupaba. Es un estadio postfotográfico.
En un libro sobre el Prado, Miquel Barceló aseguraba que la pintura mantiene viva la memoria, mientras que la fotografía tiene algo de mortuorio.
—Existe mucha literatura sobre la estrecha relación entre fotografía y ausencia. Roland Barthes decía que lo esencial de la fotografía era señalar lo que había sido. Precisamente, estoy preparando un libro que se titulará Contra Barthes. Tampoco estoy de acuerdo con Barceló. Quizás haya sido su experiencia, pero eso no da una razón de ser de la fotografía.
La escritora Annie Ernaux, en Usage de la photo, construye relatos a partir de fotografías de las habitaciones donde ha tenido encuentros amorosos.
—La fotografía está vinculada a la literatura y la palabra, puede articular determinadas narrativas. En ese libro, la fotografía se convierte en una pantalla donde los dos amantes cuentan su versión, no idéntica, de sus encuentros.
¿Tenemos ahora una mayor capacidad de leer fotografías?
—Se ha ganado competencia en producción de imágenes. Sabemos comunicarnos con ellas a un nivel elemental, pero seguimos siendo vulnerables al poder de las imágenes, que son las armas para formatear conciencias. Nos falta conocimiento para plantear actitudes de resistencia contra el tsunami icónico en el que nos estamos ahogando.
¿Y la imagen como invitación a la belleza?
—La mirada se basa en la confección e interpretación de imágenes. Su intencionalidad oculta nos afecta muchísimo. Entramos en una cuestión política, social y económica, en la que podemos añadir elementos afectivos y de belleza. Es un puente que nos permite mediar con el mundo. A causa de las imágenes, nos podemos enamorar, declarar guerras, tener orgasmos, es una red de relaciones con lo terrenal.