El orgulloso Mallorca de Javier Aguirre se ha encontrado sin buscarlo con el mejor partido posible para sacar de la caja el subcampeonato de la Copa del Rey. Fútbol, poco. Gasolina, la justa. Resaca copera, para regalar. El escaparate que supone siempre una visita del Real Madrid servía para recordarle al planeta de dónde viene y a dónde ha llegado este equipo. Para mantenerlo en el mapa en el que ha estado estas últimas semanas y para bajar persianas. Como la de los agradecimientos a la afición por parte del club, la del abrazo a Abdón por su falta de minutos en La Cartuja o la del récord de espectadores de Son Moix, fijado ahora en 23.244 espectadores. Cinco más de los que había en un encuentro contra el Deportivo en el año 2013 por el que la entidad fue sancionada por exceso de aforo.
Hay resacas y resacas. Y la del Mallorca, por dulce y comprensible que fuera la derrota de Sevilla, no era de las de levantarse con la cara tatuada y un tigre en la habitación, como le podría haber pasado a Muniain si no hubiera tenido partido este fin de semana. La del Mallorca era de dolor de cabeza y botella de litro y medio de agua cerca. Ayudaba a combatirla el hecho de que pasara por Son Moix el Madrid, uno de los enemigos que estimulan al futbolista y a la grada. Y eso que el equipo blanco, enfrascado en otras refriegas, también llegaba disperso y con actores secundarios. Nada evitaba que el remozado Son Moix registrara su mejor entrada. La tradicional invasión blanca en las gradas, nada que ver con la rojiblanca en La Cartuja, recibía respuestas claras. Entre ellas, las miles caretas de Abdón, que ya ha pasado a la historia de las finales del club. Como Stankovic. Como Etoo. Con la particularidad de que el de Artà lo ha hecho sin haber jugado un solo minuto. Así de grande es su leyenda. Cánticos en el minuto 9, su rostro troquelado por todos los rincones del campo y una ovación atronadora durante su irrupción en el tapete para arroparlo.
Abdón aparte, el partido, que había encendido la caldera de Son Moix desde casi tres horas antes de la hora fijada, llevaba pegado otro rosario de alicientes. Como el reencuentro entre Maffeo y Vinicius. Pero la entrada en el once del catalán, que reaparecía justo tres meses después en el once, coincidía con el banquillazo del brasileño, reservado para el Etihad. Si la afluencia de espectadores era máxima, la superaba la bestial pitada al extremo madridista. Un gol de Tchouameni evitaba que la fiesta, como pasó en La Cartuja, no fuera completa. Aunque seguro que la resaca es más llevadera...