Hay deportistas cuyos éxitos -y fracasos- trascienden el ámbito de su actividad. Ahí es cuando se pasa de ídolo a mito. Y Tiger Woods, es uno de los mayores iconos de finales del siglo XX y de lo que llevamos del XXI. Su irrupción en el mundo del golf fue mucho más que una bocanada de aire fresco: supuso una auténtica revolución. Él fue el pionero en que el golfista debía ser un atleta. Su pegada hizo que muchos campos se quedaran cortos y fueran obligados a ganar metros.
El primer ejemplo se produjo en 1997 cuando logró su primera ‘chaqueta verde' con 12 golpes de diferencia frente al segundo clasificado. Su irrupción se produjo cuando Michael Jordan, quizás el otro gran icono entre los iconos del deporte en el siglo XXI, comenzaba su declive. Tiger, como Jordan, era dos superdotados físicos, negros, ambos con una capacidad competitiva descomunal y con un hambre de victoria que sólo se ha visto igualado y quizás superado por Rafael Nadal. Precisamente no sería extraño que Tiger y Nadal hayan compartido un rato o lo hagan próximamente en alguno de los campos de golf de la Isla o en una cena. Además de coincidir en su principal marca comercial, ambos mantienen una excelente relación como se pudo comprobar en el US Open de 2019, cuando Woods asistió a varios encuentros del ‘manacorí'.
Pero la admiración mutua viene de mucho más atrás. Tiger guarda como oro en paño la camiseta con la que Nadal logró en 2014 su noveno Roland Garros y el mallorquín ha tenido la oportunidad de ver jugar en varias ocasiones a Tiger, la primera en Shangai en 2005 cuando Nadal jugaba por primera vez la Copa de Maestros y Tiger disputaba un torneo en China. Ambos hablan el mismo lenguaje basado en la capacidad de superación de unas carreras tan exitosas como plagadas de lesiones.Y eso une mucho.