Soy madre, mujer y latina. Tres condiciones que han sido un área de trabajo profundo conmigo misma y que hoy reconozco como tres superpoderes que honro y agradezco cada día.
Soy mujer. Estoy convencida que las mujeres cuando realizamos el verdadero poder que tenemos por el simple hecho de ser mujeres, despertamos a una consciencia que nos llena de un enrome sentido de pertenencia en nosotras mismas. En francés hay una expresión que dice «elle est bien dans sa peau» y que básicamente se traduce como «ella está bien en su propia piel». Confieso que durante muchos años de mi vida esta frase me sonaba extremadamente lejana y miraba con admiración a aquellas mujeres a quien solían aplicársela. Está bien en su propia piel, es una mujer que ha abrazado las luces y las sombras que la conforman.
En mi caso, necesité años de un intenso trabajo emocional y espiritual para decir, con luces y sombras, me siento bien en mi propia piel. Cuando finalmente una mujer se encuentra en ella misma es capaz de dejar de lado todo aquello que tantas veces nos drena, nos distrae, nos confunde, nos lastima. No hay trauma que no merezca ser atendido, ni dolor que no valga la pena contemplar con paciencia, ni fantasma del pasado al que no valga la pena mirar a plena luz de la conciencia... Una mujer que se hace cargo de sí misma, de sus grietas, de sus carencias y porta con dignidad las cicatrices de lo aprendido es una mujer que está bien en su propia piel y esto es un superpoder imposible de pasar por alto. Cuando las ves las reconoces.
Soy latina. Ser mexicana es mi segundo superpoder. Sentirte una mujer latina es algo difícil de explicar y que, sin embargo, cuando me encuentro con mis iguales es imposible no reconocerlo. Las mujeres latinas hemos luchado mucho, muchísimo para escapar de las feroces garras de un machismo hiriente, violento, denigrante. Cuando una mujer latina se propone romper con la presión de la desigualdad de género es capaz de todo.
Recuerdo que cuando era adolescente tuve un novio, bastante macho, que solía decirme «eres indomable». Me molestaba enormemente y no entendía bien en esos años por qué me molestaba tanto. Indomable, ¿te imaginas? Como si las mujeres estuviéramos aquí para ser domadas como mascotas domésticas. Pero este es sólo un comentario insignificante frente al nivel de violencia que experimentamos las mujeres en la mayoría de los países latinoamericanos. Sin embargo y pese a todo esta semana he visto a la primera presidenta mujer de mi país tomar posesión. Me llenó de emoción por ella, por su puesto, pero sobre todo, por las millones de mujeres que durante siglos han sufrido y batallado de manera tan aguerrida para poder ganarse un lugar de dignidad y respeto.
Un país marcado sobre todo por la violencia contra las mujeres, hoy pone la más alta insignia del poder en una mujer. El simbolismo es de suma trascendencia y tengo la esperanza de que mirar eso, en un país como el nuestro, inspire a muchas, muchísimas mujeres a reconocer que con perseverancia, disciplina y muchas ganas podemos alcanzar nuestros sueños.
Soy madre. El amor que siento por mis hijos es el motor más grande que he tenido jamás. Una madre que despierta a su poder de leona es capaz de todo por sus hijos. Lo que somos capaces de hacer las madres por los hijos es imparable. Una mujer primero debe rescatarse a sí misma y en ese estar bien en ella, puede conectar aun más profundamente y más sanamente con la fortaleza incansable que nos otorga la maternidad. Madres que nos hacemos madres en el trabajo comprometido con nosotras mismas y que, por ende, se ve reflejado en el tipo de mamás que podemos ser para nuestros hijos.
Es verdad que ahora que me tengo en mí, soy mucho mejor madre de lo que fui los primeros años de vida de mis hijos, mientras aún estaba inmersa en la confusión del dolor, el resentimiento, la rabia y las heridas de viejos traumas. Lo mejor que podemos hacer por nuestros hijos es hacernos cargo de nosotras mismas y sanar las heridas que nos impiden amar desde la libertad, la solidez, la claridad, el amor incondicional y la fuerza.