«Los puestos humeantes de buñuelos y el continuo pasar de carruajes hacían cada momento más interrumpida la carrera, y esta dificultad iba creciendo según se aproximaban a la ermita. Los puestos de santos, de bollos y campanillas iban sucediéndose rápidamente en ambos bordes del camino y cedían después lugar a tiendas caprichosas y surtidas de bizcochos, dulces y golosinas… Cada paso que se avanzaba en la subida se adelantaba también en el progreso de las artes del paladar; a los puestos ambulantes de buñuelos habían sucedido las excitantes pasas, higos y garbanzos tostados; luego los roscones de pan duro y los frasquetes alternaban con las tortas, los soldaditos de pasta flora; más allá los dulces de ramillete y bizcochos empapelados… ¡Qué espectáculo manducante y animado! Cuales sobre la verde alfombra del prado formaban un círculo en derredor de una gran cazuela en que vertían sendos cantarillos de leche de las Navas sobre una gran cantidad de bollos y roscones… La parte más escogida de la concurrencia refluía en las fondas… Los dichosos sentados saboreaban una perdiz o un plato de crema…».
Todo junto cabe en el libro de Ramón de Mesonero Romanos (Madrid, 1803-Id. 1882) Escenas costumbristas, escritor famoso por sus cuadros de costumbres, que en las tertulias del Café del Príncipe, subtitulado ‘El Parnasillo', reunía nombres ilustres como Martínez de la Rosa, Espronceda, Zorrilla, Alcalá Galiano… Se autodenominaban ‘La Partida del Trueno' frente a los ‘pisaverdes'(personas elitistas y refinadas) y ‘lechuguinos'(muchachos imberbes que aparentaban ser hombres hechos). Y nosotros, para evocar el texto, prepararemos un estofado de perdices.
Las limpiamos y las cortamos en cuatro para sofreír en una cazuela de barro con cuatro cucharadas de aceite de oliva y una de manteca de cerdo además de unos trozos de tocino picados, una cebolla cortada por la mitad, tres dientes de ajo hechos en el mortero y unas ramitas de perejil. Sazonaremos todo junto con sal al gusto, pimienta, un par de clavos de especia, media cucharadita de nuez moscada, otro tanto de canela, dos hojas de laurel y lo mismo de mejorana. Agregamos un vaso de vino tinto y dos de agua. Tapamos la olla y dejamos que cueza a fuego moderado.