«En la escuela le llamaban Hombre-Queso (no era un hombre sino un muchacho estudiante) y durante las vacaciones de verano (que él no disfrutaba al no tener familia cercana) se quedaba en el pensionado a donde se acercaban, en ocasiones, algunos de sus colegas, pues se subían a los muros del campo de juego, donde le hallaban solo leyendo un libro. Le preguntaban qué le habían dado de comer y él contestaba invariablemente carnero hervido, y en caso de excepción, pudding de arroz… Era costumbre llamar al pobre chico con todas las clases de quesos existentes como el de bola, manchego, gruyère, rocafort, parmesano… Pero aquel día que le dedicaron una fiesta (por ser heredero de una cuantiosa fortuna) pasaron todos al comedor, donde se sirvieron los más magníficos platos. Volatería, lenguas de cordero, mermelada, frutas, tartas, jalea, caramelos, merengues, pastas, de todo lo cual podían comer cuanto querían y a expensas del Hombre-Queso». Es un fragmento de la narración La historia del colegial, de Charles Dickens (1812-1870).
Este extraordinario novelista, hoy clásico entre los clásicos, tuvo, como muchos jóvenes de aquella época, una infancia triste y se refugió en la lectura, no pudiendo estudiar cuanto deseaba. Se vio, por ello, obligado a ejercer diversos oficios, como pasante en el bufete de un abogado, taquígrafo en el Parlamento… Pero su paso al periodismo fue determinante para llegar a la novela y llegó a ser el autor más popular de Inglaterra.
Evoquemos, en la mesa, al famoso escritor tomando de este relato uno de sus platos característicos: lenguas de cordero al gratén, donde el queso también está presente. Raspamos y lavamos una zanahoria y con ello preparamos una media salsa con agua salada, un manojo de finas hierbas, una cucharada de concentrado de tomate y tras una cocción de media hora, la reservamos. Lavamos luego ocho lenguas de cordero, las ponemos en la media salsa y las llevamos a ebullición, a lo largo de hora, hora y media. Terminada la cocción, quitamos la piel y los pequeños cartílagos de las lenguas y las ponemos en una fuente de gratinar. Las espolvoreamos con queso parmesano. Desmenuzamos unos treinta gramos de mantequilla, treinta de pan rallado, sal, pimienta y lo añadimos a lo anterior. Sólo nos queda hornearlo.