Las fiestas de Navidad y su inevitable celebración en torno a la mesa pasan, ahora y siempre, por una despensa provista de lo necesario para satisfacer ese objetivo. Actualmente podemos hacerlo con la comodidad de acudir a determinados proveedores que, mediante el oportuno pago, nos permitirán adquirir cuanto sea necesario para presentar la mesa imaginada, deseada y posible que hayamos concebido. Esta situación no ha sido siempre tan fácil y en tiempos no muy lejanos aprovisionar una despensa con finalidades festivas y solemnes, requería una tarea laboriosa, prolongada y selectiva. Encargarse de reunir un surtido que se apartaba de lo cotidiano, cuya excepción y calidad asegurase el lucimiento de las destrezas culinarias para la ocasión, era la base del festejo.
El capítulo de dulces, por ejemplo, era uno de los más arduos. A comienzos del siglo pasado, cuenta Joan Rosselló de Son Fortesa, para surtir una mesa familiar con cierta suficiencia, una de las opciones más recurridas era acudir a algún convento de religiosas o a un sucrer o forner acreditados. En la antigua Ciutat de Mallorques existían varias órdenes femeninas cuyas comunidades tenían fama de excelentes pasteleras, además de buen número de hornos y sucrers prestigiosos que satisfacían sobradamente estas necesidades. Dicho autor relata que su familia recurría al Convento de la Concepción para adquirir coques llises, bambes y las llamadas amb bonys ensucrades, a partes iguales y en cantidad suficiente como para llenar un covo. El enorme cesto aguardaría a la víspera de Navidad que es, y era, cuando principiaba la maratón gastronómica festiva, que ahora alcanza, con algunos intervalos, el día de Reyes e incluso hasta Sant Antoni y Sant Sebastià.
Además de las cocas, otro de los obligados protagonistas gastronómicos eran las neules o barquillos. Las que salían a la mesa no eran obleas planas, como las que ahora podemos ver, primorosamente recortadas y pendientes en largas ristras de los lampadarios y techos, en ciertas iglesias a modo de calendario litúrgico. Aunque salían así de los neulers, su fragilidad al secarse obligaba a enrollarlas sobre sí mismas para dotarlas de más solidez, aproximándolas a los actuales barquillos. Ahora éstos casi solo suelen ofrecerse lisos o bien de chocolate, pero entonces podía optarse por sabores como el limón, la canela o las llamadas de leche.
Todas estas antiguas golosinas de antaño, eran meros comparsas de los turrones, verdaderos protagonistas gastronómicos de la ocasión. En Mallorca los más usuales por su sencillez y facilidad de elaboración eran los de almendra cruda, con azúcar, limón y canela, dispuesta en forma de coca plana entre dos neules. Estas cocas podían rellenarse de confituras, lindando el codonyat o membrillo, preferentemente de albaricoque o de carabassat. La labor era trabajosa, pero el resultado compensaba.