En pleno siglo XXI, las parejas viven situaciones muy distintas en su día a día emocional. Si bien los avances sociales y tecnológicos han transformado nuestra vida, muchas veces el mundo interior de hombres y mujeres parece haberse quedado atrás, desfasado, y generando tensiones cotidianas difíciles de resolver. ¿Por qué ocurre esta brecha? ¿Y cómo afecta al futuro de muchas relaciones? El último libro de Sebastián Girona, Te quiero pero no funciona, publicado por Plataforma Editorial, ofrece una visión desde el punto de vista del experto sobre lo que sucede hoy en día en las relaciones de parejas.
En su obra, el psicólogo ofrece una guía práctica para ayudar a las parejas a mejorar su convivencia mediante la empatía, la comprensión mutua y el autoconocimiento. Girona, especializado en vínculos emocionales aborda tres conceptos clave para reconstruir relaciones más equilibradas: el contrato de la pareja, la distribución del poder y el fortalecimiento del «nosotros». Cada uno de estos elementos es crucial para enfrentar los desafíos que muchas parejas modernas experimentan. Hablamos con él:
¿Qué significa que los hombres estén emocionalmente en el siglo XX y las mujeres en el siglo XXI?
Bueno, básicamente significa que los hombres (o una buena mayoría de ellos, porque es cierto que hay algunos que viven en el siglo XXI), todavía presentan serias dificultades para descubrir qué sienten en su mundo interno, para conectar con esas emociones y, muchas veces, aún más dificultades para poder expresar y poner en palabras eso que sienten, de una manera sana, natural y constructiva. Ese es el principal impedimento que tienen los hombres en este sentido.
Otra de las cuestiones por las que los hombres viven en el siglo XX es que eligen estar en pareja, pero muchas veces no le dan prioridad. O le dan prioridad solo durante los primeros tiempos de la relación y luego la relegan, descansando en que su pareja mantenga todo el vínculo.
Estos hombres, muchas veces, subestiman los problemas de la pareja. También tienden a invalidar los sentimientos de su pareja, estableciendo una lógica sobre por qué «se puede» o «no se puede» poner mal. Como si fueran ellos quienes determinan por qué su pareja puede angustiarse y por qué no. Y, en muchos casos, priorizan otras cuestiones por encima de la pareja, incluso su propia familia de origen. Esa lógica de anteponer a la familia de origen genera muchos conflictos en la relación.
Del otro lado, tenemos a una mujer que, mayoritariamente, vive en el siglo XXI. Es cierto que, a veces, puede pecar de paciencia frente a las dificultades del hombre del siglo XX. Pero, en general, ha entendido que una pareja debe existir para transitar la vida de la mejor manera posible, para construir un proyecto juntos, para avanzar, para crear una vida en común en la que ambos se potencien mutuamente. Y también ha comprendido que, si esto no sucede, puede tener cierto grado de paciencia, pero la mujer del siglo XXI hoy tiene muchos menos inconvenientes en separarse.
Son mujeres con mayor poder económico, o al menos sin la dependencia económica que podían tener nuestras madres, y eso les da muchas más herramientas para enfrentar la vida y resolver situaciones que antes no se resolvían. Pero la idea principal es que la mujer del siglo XXI sostiene que estar en pareja es estar para estar mejor. Si no es para eso, entonces se cuestiona seriamente si vale la pena seguir en esa relación.
¿Por qué crees que los hombres han avanzado más lentamente en el plano emocional?
Muchas veces tiene que ver con la educación que han recibido, con una lógica muy física del hombre, centrada en la fuerza, no tanto en los sentimientos o las sensaciones. Muchos hombres crecieron con mandatos duros y rígidos: que los hombres no lloran, que se hacen a los golpes, que deben ser fuertes y poder siempre. Eso ha dificultado mucho su conexión emocional.
Si un hombre debía ser fuerte y no llorar, entonces todo lo relacionado con los sentimientos era visto como una debilidad, algo que impedía cumplir con ese mandato de fortaleza. Esa construcción del rol masculino, que se mantuvo por mucho tiempo (aunque por suerte hoy está cambiando), es lo que ha dado lugar a hombres que todavía viven emocionalmente en el siglo XX.
¿Cómo afecta esta diferencia al día a día de una relación de pareja?
Básicamente, todas estas diferencias generan desconexión y distancia emocional en el vínculo. Muchas veces digo que todo lo que vale la pena en la vida requiere esfuerzo: el trabajo, la familia, las amistades… y también la pareja.
Pero no hablo de esfuerzo físico, sino psicológico y emocional. Es mirar a tu pareja, saber cómo le está yendo en el trabajo, cómo está con sus amigas o amigos, con su familia de origen, cuáles son sus temores, sus sueños en este momento, sus grandes proyectos, sus anhelos. Eso es lo que implica sostener una pareja. Y en general, un hombre del siglo XX no mira así a su pareja. Da por sentadas muchas cosas, se relaja demasiado, y no genera ese mantenimiento emocional que el vínculo necesita.
¿Qué pueden hacer los hombres para cortar esa distancia emocional y construir vínculos más sanos?
Como título general: empezar a mirar a la pareja. Pero más allá de eso (porque «mirar» implica todo lo que dije antes), creo que el hombre tiene que preguntarse en qué lugar de prioridad está poniendo a su pareja. Muchos conflictos surgen porque la mujer pone a la relación sentimental en el primer o segundo lugar de importancia, mientras que el hombre la relega al tercero o cuarto. Darle prioridad a la pareja acorta esa distancia, y, por supuesto, mirar al otro es parte de esa prioridad.
¿Cómo pueden las mujeres lidiar con esa brecha sin asumir el rol de madres emocionales de su pareja?
Muchas veces, se genera esta lógica de que la mujer tiene que «ayudar» al hombre a mirar, a expresar sus emociones, a conectarse con sus sentimientos. Y si bien algo de eso puede ser útil en una medida pequeña, al final la mujer tiene que ocuparse de lo que le toca a ella, de sus propias responsabilidades. Y el hombre deberá ocuparse de las suyas. A veces, creo que la mujer puede llegar a pecar de un exceso de paciencia en estas situaciones. Una paciencia que se extiende demasiado en el tiempo, esperando que el hombre cambie, cuando en la mayoría de los casos no cambia. A veces una mujer que pone un límite más claro, más firme y más temprano, puede generar más cambios que tiene exceso de paciencia.