En el porche de la casa de Joan Mayol charlamos rodeados de carteles de divulgación científica como el de ‘Aucells de Balears' y ‘Aus aquàtiques' o el lienzo de Damián R.
Caubet que presenta un puput del que nos parece oír el canto. Mayol tiene predilección por los enseres tradicionales que decoran este espacio al que se asoma, de repente, una tórtola. Recorremos las líneas de su biografía y creemos ver a un joven melenudo con cesta al hombro y reivindicaciones ensoñadoras. «Yo no fui activista, pero si pertenecía al GOB y al Centro de Historia Natural. En la Armería Benito, el negocio de mi padre, había gran sintonía, aunque él discrepaba en algunas cosas. Allí exponíamos folletos sobre protección de especies».
Hablamos de aquellos años apasionantes en los que el biólogo trabajó en la UIB o para la Comunitat Autònoma como responsable de la conservación de especies endémicas. La fauna, sobre todo las aves, conquistan lienzos, grabados, esculturas o tapices que se ubican en cualquier rincón de una casa cuya decoración se nutre de libros, obras de arte, recuerdos de viajes y objetos relacionados con su profesión, su pasión.
Mayol dirigió durante diez años el Parc de s'Albufera y diseñó los de Mondragó y Dragonera. Centrado en esta materia, visitó reservas europeas y participó en congresos internacionales. «Fueron años apasionantes en los que logramos la declaración del Parque Nacional Marítimo Terrestre de Cabrera y la aprobación de la Llei de Espais Naturals». Lo impulsó Joan con el pelo corto y maletín de funcionario. Mientras paseamos entre naranjos, dragos, pinos y olivos, recuerda su actividad como conseller de Agricultura i Pesca.
«Mi abuelo era payés y no ha habido ninguna semana de mi vida en que no haya pisado tierra. Luché por los beneficios del sector». Con sus padres vivió en Palma, curiosamente en la calle del primer catedrático de Historia Natural, Barceló i Combis. Su deseo era vivir rodeado de tierra donde plantar sus propios árboles, desayunar frutos recolectados al momento y tener como invitados a todos los pájaros que quisieran visitarle. El hoy presidente de la DO Oli de Mallorca heredó en 2005 una finca que convirtió en olivar en 2007. «Me guió el interés naturalista por un cultivo estrictamente mediterráneo y la ilusión de tener un bosque doméstico».
Allí poda mil árboles a la semana. En su casa poda y abona plantas mientras ensayo y novela queman sus pestañas y sus manos rubrican tomos de divulgación. En el interior se tutean muebles antiguos con telas coloridas como el tapiz traído de México, que «representa la biodiversidad», en la cocina.
Arte y naturaleza
El salón posee chimenea rodeada de estantes que acogen objetos diversos. Entre ellos, una barba de ballena que varó en Alcúdia o una fitora de sus años en s'Albufera. Obra de Ulbricht, Guinovart o Alicia Llabrés, una puerta de granero de Olón, libros, sillas Thonet, cortinas de llengos y su objeto predilecto: una silla del Fangturm, varado en Palma en 1914, conviven bajo vigas de madera y arco de piedra. El jardín conserva elementos originales de la construcción y plantas cuidadas con tanto mimo como su oli Verderol DO. A él dedica tiempo de ocio y su trabajo en pro de un sector primario al que volverán, sin duda, los cantos de golondrinas.