Las recientes intervenciones televisivas de los duques de Sussex han caldeado el ambiente hasta puntos insospechados, máxime cuando la coronación del padre de Harry como Carlos III está tan próxima. Las celebraciones prometen ser la pera porque en eso los británicos nos dan con cucharilla de plata, así que espérense la grandeza máxima. Será suntuoso salvo por un problema que estéticamente resultará horrendo si los Sussex finalmente deciden no acudir, y si lo hacen será para que los veamos relegados a un lugar secundario y sin función ninguna. Este desbarajuste se atribuye, intuyo que de manera un tanto machista, a la destructora y manipuladora Meghan cuando en mi opinión el único culpable de verdad es Harry, por la única razón de que el príncipe ha sido educado en una tradición que conoce desde que nació.
Hay algo de enfermizo en el comportamiento errático de esta pareja mixta que pudo ser de ensueño. Por descontado, el pelirrojo se ha saltado todos los límites de la buena educación contando al mundo sus líos familiares, peleas entre hermanos incluidas, pero lo peor es que ha sacado un beneficio económico alucinante desvelando intimidades que nunca deberían haber salido a la luz. Lo curioso del caso es que la culpa se la adjudicamos a la actriz de segunda que nos venden como estrella, cuando como tal nunca llegó a serlo.
Meghan es de donde es, proviene de donde proviene y su vida no dista mucho de la de otras jóvenes legítimamente ambiciosas que acaban metiéndose en líos. Se la trata de narcisista, una patología que va en aumento entre los jóvenes de hoy acostumbrados a vivir con todas las libertades sin tener que dar explicaciones a nadie, ni haciéndose responsables de nada. El narciso de hoy es el que sufre un trastorno de la personalidad, el que sufre una enfermedad de salud mental en la cual las personas tienen un aire irrazonable de superioridad. Necesitan y buscan demasiada atención, y quieren que las personas las admiren.
¿No lo ven en Harry más que en su esposa? Yo sí, y lo veo desde la observación pura de cada uno de sus actos desde que abandonó su casa para meterse en un mundo más irreal que el real, de realeza, en el que nació. Ni más ni menos que Hollywood.