«Ese chico era el demonio, la maldad personificada. Y un maltratador de manual». Han pasado más de ocho años desde que Carlos Villegas Giraldo, un colombiano de 22 años, asfixió hasta la muerte a su novia de 19, la mallorquina Victoria Sard, y los guardias civiles que investigaron el caso aún recuerdan la sangre fría del asesino. Esta es la crónica de un crimen que estremeció al pueblo de Son Servera, de donde era la víctima, y a toda Mallorca.
Pasaba un cuarto de hora de las once de la mañana de aquel 10 de marzo de 2016 cuando Carlos Villegas Giraldo entró en el cuartel de la Guardia Civil de Artà acompañado de su abogada. Se dirigió al agente que vigilaba el acceso y le espetó: «He matado a mi novia». La víctima, Victoria Sard Massanet, yacía sin vida en la cama de la casa de su novio en Son Servera, aparentemente estrangulada. Fue el segundo crimen machista de ese año en Mallorca.
Tras escuchar el relato del joven, un coche patrulla le trasladó hasta su casa, en el número 12 de la calle Mare de Déu de Lourdes. Durante el trayecto, de once kilómetros, el sudamericano cayó en continuas contradicciones. Luego, intentó matizar su confesión inicial: «Se ha desmayado». Antes de entrar en el piso, advirtió a los guardias: «Tengo un american stanford», considerado un perro peligroso.
Los funcionarios le dejaron abrir la puerta y hacerse cargo del can, que después quedó a cargo de la perrera. Dentro la casa, de pequeñas dimensiones, todo estaba en orden. Carlos señaló un dormitorio y los agentes y mandos que se asomaron descubrieron el cuerpo sin vida de Victoria Sard sobre la cama, ladeada. Estaba rígida y desde el primer momento quedó claro que llevaba muchas horas sin vida, con lo que se determinó que el crimen había ocurrido de madrugada.
El colombiano quedó detenido y se comprobó que se trataba de un maltratador habitual. El Juzgado de Instrucción número 2 de Manacor ya lo condenó el 22 de septiembre de 2014 por golpear a su novia, la misma que yacía muerta sobre la cama. En aquella ocasión, el juez le sentenció a 22 días de trabajo en beneficio de la comunidad, prohibición de un año para tenencia de armas, una orden de alejamiento a menos de 200 metros de Victoria, ocho meses sin contactar con ella y una multa de 210 euros.
El joven, sin embargo, siguió acosando a su novia, con la que vivía obsesionado. Tenía celos compulsivos y un carácter endemoniado. Muchos vecinos y amigos de la pareja sabían que la maltrataba a diario. Los padres de Victoria fueron los que más lucharon para alejarla de él.
La Guardia Civil de Artà traspasó la investigación a la Policía Judicial de Manacor y el Grupo de Homicidios, que se hicieron cargo de las diligencias y registraron durante horas la vivienda, en busca de indicios sobre lo ocurrido. Las fuentes consultadas indicaron que no había indicios de lucha. La hipótesis principal de los investigadores fue que Carlos Villegas sufrió uno de sus habituales ataques de cólera y estranguló con las manos a su novia, hasta la muerte.
Mientras estuvo en la casa, durante la inspección policial, el colombiano rompió a llorar varias veces. Después, una patrulla se lo llevó a los calabozos. Victoria, que nació en Rusia y fue adoptada por un matrimonio de Son Servera a los seis años, le conoció con catorce. Era una buena estudiante. En el pueblo, todos coincidieron: él la llevó por el camino de la perdición.
El 11 de julio de 2017 se celebró el juicio con jurado popular contra el asesino confeso. Reconoció el crimen y aceptó 18 años de cárcel y una indemnización de 200.000 euros. Con su frialdad habitual, pidió perdón a la familia. Y durante el juicio se confirmó que ejercía un control total sobre Victoria, a la que martirizaba continuamente. Sólo en un día llegó a enviarle 200 mensajes al móvil y la llamó de forma repetida, casi enfermiza.
Los forenses confirmaron que aquella madrugada del 10 de marzo de 2016 el colombiano, tras una discusión, se abalanzó sobre ella, la inmovilizó hasta dejarle marcas en los brazos, y le tapó la boca y la nariz durante unos agónicos minutos, hasta que la mató. 'El demonio' recibió la condena sin apenas inmutarse. Con esa mirada gélida que infundía pavor.