En la fría tarde del 8 de enero de 1992 un desconocido esperaba agazapado a Joaquín Vermeulen, un joven y prometedor director de hotel de Palma. Le asestó una puñalada mortal, pero no se llevó la bolsa de dinero que portaba la víctima. Treinta y dos años después, su asesinato todavía sigue siendo un misterio. Sólo parece claro un dato: una mafia inmobiliaria estaba detrás del ataque mortal. Esta es la crónica de un crimen que la policía no pudo aclarar a pesar de las ímprobas investigaciones, que se prolongaron durante años. ¿Quién mató a Joaquín?
El hotelero dirigía el Hotel Metropolitan, de Palma, y las cosas, en apariencia, le iban bien. Ese día de enero, después de Reyes, estuvo trabajando hasta las seis y media de la tarde, cuando se subió a su coche y se marchó en dirección a su casa de Las Maravillas, en la Platja de Palma. En el asiento del copiloto llevaba una bolsa con una importante cantidad de dinero. No quería llegar tarde porque esa noche cenaba con su mujer, su hija y unos familiares.
Pero nunca llegó a la cita. Cuando había estacionado el coche en el aparcamiento, cerca de su vivienda, alguien le sorprendió a traición. Justo en el momento en el que Vermeulen se agachaba, al parecer para recoger la bolsa. La puñalada le entró por el costado derecho y le alcanzó el pulmón. Fue mortal de necesidad. Sin embargo, el móvil no fue el robo. El asesino dejó la bolsa con dinero y abandonó el párking, sin que nadie le viera.
El cuerpo sin vida fue descubierto horas después. El motor del coche seguía en marcha. Vermeulen no había tenido tiempo que apagarlo. El dinero seguía allí, junto a él. El Grupo de Homicidios precintó el aparcamiento de Las Maravillas y la Policía Científica buscó huellas en el interior y exterior del vehículo. De forma paralela, otros agentes se entrevistaron con sus familiares y allegados y visitaron su establecimiento turístico, para hablar con los empleados.
Y de repente surgió una pista: Vermeulen había comprado unos terrenos donde pretendía construirse un chalet. Un testigo, días antes del crimen, lo vio discutiendo con un varón, que podía tener relación con la operación inmobiliario que estaba en marcha. Así las cosas, la Jefatura palmesana arrestó a dos socios de la empresa constructora del chalet. Se sospechó de intereses financieros o especulativos y se apuntó a una mafia inmobiliaria como trasfondo del crimen.
Al final, los dos sospechosos quedaron en libertad por falta de pruebas. Tenían coartada. La investigación continuó durante un tiempo, pero los agentes se toparon con un muro infranqueable. A día de hoy, cumplidos treinta y dos años, nadie sabe quién mató al joven hotelero. O lo que es lo mismo: la policía lo sabe pero no lo puede probar.