Un 9 de febrero de 2002, el cabo de la guardia civil Francisco Orellana García, de 31 años, fue hallado asesinado a golpes en su apartamento de Palmanova. Tras una frenética investigación, la Benemérita arrestó a su exmujer, que fue encarcelada. Sin embargo, un jurado popular la declaró no culpable y el Supremo confirmó la absolución. Dos décadas después, la pregunta sigue vigente: ¿Quién mató a Francisco?
El cabo era un hombre de carácter reservado, algo tímido. El 9 de febrero no se presentó a trabajar en el cuartel, lo que disparó todas las alarmas. Sus compañeros sabían que siempre cumplía con sus obligaciones y, extrañados, se trasladaron al pequeño apartamento del Edificio Maribel, en el número 22 de la calle Costa i Llobera, donde residía. La puerta estaba abierta y no presentaba señales de haber sido forzada. Algo iba mal. Sus amigos entraron en la casa y detectaron manchas de sangre en las paredes y el suelo. El cabo yacía junto a dos sofás en el salón, muy cerca del televisor, con un gran traumatismo craneal.
En un primer momento se pensó que le había disparado con un arma de fuego en la cabeza, pero poco después se descartó esta hipótesis. El asesino -o asesina- le había golpeado con un objeto contundente, que nunca apareció. El guardia civil conocía a su agresor, porque le permitió entrar en la casa. La autopsia posterior determinó que llevaba unas 30 horas muerto, por lo que se fijó la hora de la muerte en la noche del viernes, cuando acabó su jornada laboral. La pistola la había dejado en el cuartel, por lo que no pudo defenderse con el arma. Lo que sí quedó claro es que plantó cara al agresor -o agresora-, porque presentaba cortes y magulladuras de defensa.
La Policía Judicial de la Guardia Civil se hizo cargo del caso, al que le dieron "prioridad absoluta". Un equipo de huellas llegó ex profeso desde Madrid y el pequeño apartamento de Francisco fue examinado de forma minuciosa, en busca de indicios. Sus últimas llamadas telefónicas fueron rastreadas y pronto apareció en el punto de mira policial su exmujer, una sueca con la que tenía dos hijos y de la que se había separado de una forma no demasiado amistosa. Titiana Liliana, que residía cerca de él, en Son Caliu, fue sometida a una discreta vigilancia, mientras avanzaba la investigación. Ella no sabía que controlaban cada uno de sus movimientos, pero el cerco se estaba estrechando sobre ella.
Doce días después de descubrirse el crimen, la mujer fue detenida en una gran operación policial. Numerosos agentes tomaron su casa, que fue registrada en busca de ropa manchada de sangre o del arma homicida, y ella fue interrogada por los responsables de la Policía Judicial. En ese momento, al no estar presente su abogado, se produjo un limbo legal y su supuesta confesión quedó invalidada, lo que a la postre sería un factor clave. Pese a todo, ingresó en la cárcel como principal acusada del crimen, de forma preventiva. La Benemérita sostenía que se había tratado de un asesinato pasional, debido a la relación de "amor-odio" que mantenía el exmatrimonio. Ella, en su primera declaración, explicó que hacía tiempo que no iba por el apartamento de Francisco, pero un vecino la contradijo y mantuvo que la noche del crimen la mujer estuvo allí. Esa contradicción incrementó las sospechas sobre ella.
Sea como fuere, durante el juicio con jurado popular que se celebró en la Audiencia de Palma contra ella, Titiana mantuvo su inocencia. Había pasado 20 meses en prisión, pero no había pruebas sólidas contra ella, solo indicios. El jurado, tras una deliberación, la halló no culpable del crimen y después el Supremo confirmó la absolución. 21 años después, todavía no se sabe oficialmente quién mató al cabo Francisco Orellana. Solo está claro que fue una persona de su entorno más próximo. Y con esa condición no había muchos candidatos.