En los primeros días de enero de 2002, una joven de 22 años llamada Sandra Martínez, apareció destrozada en la planta baja de Cala Gamba, en el Coll den Rabassa, que compartía con su novio. El asesino, precisamente, había sido su compañero: Alberto López Rodríguez, un albañil toxicómano muy violento que la estranguló con la funda de una almohada y le golpeó la cabeza con una maza. Esta es la crónica de un crimen salvaje que estremeció Palma hace 21 años y que se saldó con una condena de 16 años de cárcel para el homicida. No fue la última, cuando estaba en tercer grado volvió a atacar a su nueva compañera.
La relación de la pareja era convulsa. Ambos consumían sustancias prohibidas. El crimen tuvo lugar el 2 de enero, pero no se descubrió hasta el día siguiente, cuando la madre del acusado acudió al domicilio de Cala Gamba donde vivía la pareja desde hacía unos seis meses. Era una planta alquilada, en el número 8 de la calle Brunete. El joven, tras el crimen, escribió una carta a sus padres en las que les explicaba las razones por las que había decidido suicidarse, y después se marchó en taxi hasta Palma, donde se cortó las muñecas y se lanzó al cauce de sa Riera. Sin embargo, no consiguió quitarse la vida. Sandra, mientras tanto, yacía en una habitación de la planta baja, destrozada y sin vida.
El día del crimen, consumieron droga, tranquilizantes y alcohol. No era la primera vez. El acusado confesó que días antes habían comido en casa de sus padres. No tenían dinero, como siempre. Y cuando lo tenían se lo gastaban todo en drogas. «Robé cien mil pesetas de la caja fuerte de mis padres», admitió. El dinero les duró poco. Al día siguiente, según él, aprovechando que sus padres se habían marchado de viaje, «Sandra me dijo que volviera y cogiera más dinero. Robé otras 750 mil pesetas».
Casi todo el dinero lo utilizaron para comprar de nuevo droga. Sin embargo, fue el día 2 de enero, después de consumir entre los dos unos diez gramos de cocaína, mezclada con alcohol, cuando «comencé a sentir remordimientos. Me encontraba muy mal. Sé que no tengo perdón de Dios, porque había robado a mis padres, que me habían ayudado a salir de las drogas», añadió en su declaración Alberto López. Según Alberto, a su novia sólo le preocupaba que fuera a comprar unas herramientas para simular un robo en casa de sus padres. «Cuando llegué a casa le dije a Sandra que quería terminar con este tipo de vida y que deseaba suicidarme. Ella se rió de mí, volvió a hablarme de dinero y me dijo que no tenía huevos para quitarme la vida».
Su único deseo, siempre según su sospechoso relato, era escuchar que su novia le dijera «no te mates, pero sólo me hablaba del dinero, que no era más que un payaso, que me suicidara, pero que a ella la dejara en paz». Alberto, pese a que mantuvo que quería a Sandra «con toda mi alma», al escuchar esas frases descargó «toda mi ira sobre ella». Primero la estranguló con la funda de una almohada y después le golpeó con una maza de albañil en la cabeza. Los investigadores de la Policía Nacional se encontraron con una escena dantesca. Una escena del crimen espeluznante. Tras su detención, el albañil fue trasladado al día siguiente a la planta baja de Cala Gamba y, en presencia de su abogado Eduardo Valvidia, reconstruyó el crimen.
En abril del año siguiente, Alberto López se sentó en el banquillo de los acusados, frente a un jurado popular, en la Audiencia de Palma. Apareció apesadumbrado, cubriéndose el rostro ante la prensa, y mostrándose muy afectado. Los miembros del jurado, sin embargo, no tuvieron piedad y lo hallaron culpable. Después, el juez lo sentenció a 16 años de cárcel. Con todo, la cárcel no le rehabilitó y en 2016, cuando gozaba de permisos penitenciarios, volvió a maltratar a su actual pareja.
De nuevo, como ya hizo con Sandra, culpó de todo a la mujer: ella manipulaba los mensajes del móvil y se inventaba los episodios violentos de él. Para Alberto López, el asesino confeso, las mujeres de su vida siempre tenían la culpa. La nueva víctima contó que el albañil la aterrorizaba con estas palabras: «De la cárcel se sale y si te veo con otro hombre, te mato». También la obligó a engordar para afear su figura y que cambiara el color de su pelo: de rubia a morena. El homicida, en 2018, fue sentenciado a otros cuatro años por el calvario que hizo vivir a su segunda novia. Ella, aterrorizada, recordó la frase que le repetía cuando la maltrataba: «La cárcel para mí es un patio de colegio, cuando salga te voy a matar reventándote la cabeza».