Manuel Avilés, exdirector de la cárcel de Palma que aún recordamos con cariño en esta ciudad donde dejó huella en diferentes ámbitos de la sociedad, acaba de presentar su último libro, El gato tuerto, una excusa perfecta para volver a hablar con él sobre lo divino y humano de una vida extraordinaria muy cerca del poder.
¿En qué momento de la vida se encuentra?
— Podría decir que estoy en un momento dulce de mi existencia -yo que soy existencialista y pesimista por eso mismo-. No pretendo dar envidia, pero he encontrado al amor de mi vida. Estoy sano. No me han hecho mella en los mecanismos internos los cuarenta años que me he pegado en la cárcel. Me dedico a escribir y a andar en moto, que es lo que me gusta. Me acuerdo de los Bribones bikers mallorquines, con los que andaba todos los sábados, pero esos son insustituibles. No tengo que pelear con sindicalistas a los que no quiero calificar porque su descripción como servidores públicos es ‘impublicable'…
Ha escrito un nuevo libro, ‘El gato tuerto'. Un caso judicial. Lo presentó usted en Palma el día 20, en la sede de Sa Nostra. ¿Qué le sedujo de esta historia real que se parece a tantas otras?
— Es difícil responder a esta pregunta sin destripar el libro y eso sería una faena para quienes quieren leerlo. No es una historia parecida a tantas otras sino todo lo contrario, bastante distinta en muchos aspectos. La protagonista es una mujer excepcional que se casa con un negro cubano. Se puede decir negro y no pasa nada porque ahora estos expertos en postureo, que andan todo el día maquillando el lenguaje y haciéndolo gilipollas, a mí no me van a meter en vereda.
Hay un gran choque cultural entre Itziar y Alberto, pero esta no es una novela romántica porque no voy de ese palo. Solo escribo novela histórica y negra. Lo que me gusta.
— Itziar y Alberto no son ‘mulos del mismo pesebre', algo importantísimo para que una relación pueda tener éxito. Itziar se cuelga de Alberto, el negro cubano, dicho con cariño, hasta las trancas y, donde parece que todo es miel y vino y rosas, surge una gravísima situación problemática: El caso judicial del que trata el libro El gato tuerto. Y poco más puedo decir sin destripar el libro.
Usted sabe bien de lo que escribe.
— Yo he servido a la Justicia, creo que fielmente quitando el par de delitos ya prescritos que conté en De prisiones, putas y pistolas, y ahora me he convertido en un gran frustrado. Trabajé cuarenta años en algo en lo que cada día creo menos. El caso judicial de El gato tuerto me ha llenado de tristeza, me ha desengañado profundamente.
¿Qué tiene usted de distinto después de haber vivido tantas experiencias y tan duras, sobre todo en sus años de cárcel?
— Efectivamente soy un hombre absolutamente distinto de aquel que preparó las oposiciones. Yo era un niño pobre, estudié con becas de Franco y con los curas porque mis padres se fueron a Alemania como tantos otros emigrantes. Los curas me inculcaron una religión represiva, acojonante en el peor de los sentidos de la que conseguí desembarazarme. En Mallorca dije un día: ‘Si buscan que yo trate a los presos como un expediente, un montón de papeles, que traigan a otro' y todo el mundo me vio cesado. Cuando yo hacía en la cárcel de Palma conciertos con mi compadre Diego El Cigala o con Raimundo Amador, veladas de boxeo o concentraciones de motos no estaba loco ni quería salir en los periódicos – cosa que, por cierto, me la sopla-. Quería matar la tristeza profunda que se vive en una cárcel y matar el paso lento del tiempo que es la peor condena.
Una pregunta incorrecta: ¿Usted se fue de Mallorca o le echaron?
— Yo me habría quedado en Mallorca el resto de mi vida, pero no como director de la cárcel. Cuando vine a Mallorca exigí una vivienda, porque yo tenía y tengo mi casa en Alicante y no iba a venir a resolver un problema, a prestar mi servicio como funcionario, cerrando mi casa y tocándome además poner dinero encima. Me encantó Mallorca y su gente y sigo conservando aquí amigos maravillosos cuando hace casi once años que me fui.
Yo soy alérgico a la derecha. No soy militante socialista ni me pienso apuntar, pero soy alérgico a la derecha. El 29 de diciembre de 2011 mandé mi carta de dimisión al recién nombrado, militante popular, como secretario general de prisiones. Le dije que sin prisa, pero que tan pronto encontraran a otro me volvería a mi casa en Alicante. Y eso fue todo. Guardo la carta de dimisión.
Fue director de la prisión muchos años...
— No me echaron, me fui, pero me podían haber echado porque ningún puesto de mando es vitalicio, salvo que seas un inútil, dejes hacer a todo el mundo lo que le dé la gana y entonces, casi todos dicen que eres maravilloso porque el mando no existe y los sindicalistas no se quejan. Esto también lo digo con todo el respeto y como crítica política legítima. Si me pusiera a contar… de los muchos años que he sido director, se quedaría usted pasmado.
Por cierto, no he criticado a mis amigos, el secretario general actual y el director general de ejecución penal, pero no me parece procedente que un señor – lo he leído en la prensa, si estoy equivocado pido disculpas de antemano- se presente a cumplir en un centro de inserción social como teledirigiendo a la institución para que lo coloquen en el sitio.
Muchos de sus compañeros antiguos, como Rubalcaba, han fallecido. ¿No le parece extraño?
— Es la ley de la vida. Muchos han muerto y yo estoy ya en la lista de espera porque aquí no se queda nadie. La muerte es inevitable y yo sigo la doctrina de Epicuro: mientras soy yo, no es la muerte.
El libro que acaba de publicar, ¿es machista?
— En absoluto. Yo no puedo escribir un libro machista porque no lo soy. Tengo hija, hermanas, nietas, sobrinas… he tenido mujer y tengo al amor de mi vida cerca. ¿Cómo no voy a querer que la mujer sea bien tratada, respetada, valorada como el ser valiosísimo e imprescindible que es?