‘Un adolescente, agredido y vejado en Palma por su padre y su hermano por ser gay'. Con este lamentable titular hemos despertado la mañana de este martes; a mí, personalmente, se me ha atragantado el café. Y no, no se trata de un suceso aislado y sin mayor recorrido, en algo más de dos semanas se han registrado en España una veintena de agresiones homófobas, siendo la más alarmante la del joven Samuel, asesinado a sangre fría por un grupo de trece personas al grito de “maricón”. En plena calle, en A Coruña, España. Y no, no estamos en 1936, esto está pasando en pleno siglo XXI. La cuestión es: ¿Qué demonios está pasando?
Durante mis años de instituto a finales de los 90, más de un compañero me llamó «maricón» en los pasillos, entre clase y clase. En realidad, esas personas no tenían ni idea de cuál era mi orientación sexual, pero daban por hecho que a un chaval al que no le gustaba el fútbol y sí el cine, las series, los cómics o la lectura, era un bicho raro. El ‘mariquita'. Nunca me rebelé, pero no por cobardía, sabía que lo más inteligente era hacer oídos sordos. No iba a deja de ser yo porque cuatro ‘paletos' me llamaran maricón. Por suerte, en mi caso el asunto no pasó de cuatro improperios, y también por suerte, siempre tuve grandes amigos y amigas que jamás me dieron la espalda. Ya en la década de los 2000, llegó Zapatero y equiparó nuestros derechos a los del resto de ciudadanos. Un hito histórico, una fiesta. «Por fin», exclamábamos. Nuestro error fue pensar que ya lo habíamos conseguido todo. Nada más lejos de la realidad.
Lo que está ocurriendo estos días en España, en Europa y en el resto de planeta -una decena de países todavía condenan la homosexualidad con pena de muerte- es muy peligroso, más de lo que pensamos. Sobre todo, porque detrás de la gran mayoría de estas agresiones homófobas encontramos a gente muy joven, incluso adolescentes y preadolescentes. ¿Qué estamos haciendo mal como sociedad? ¿Qué culpa tienen esos jóvenes? ¿Y sus padres? Y no es que ahora hayan florecido homófobos -también racistas, machistas, misóginos-, sino que en este momento tienen un altavoz en las instituciones. La extrema derecha y sus socios les amparan, les protegen, libertad lo llaman. Libertad para pensar diferente, aunque ese pensamiento se traduzca a veces en odio y, por desgracia, en asesinatos, agresiones y vejaciones. La lucha contra el lobby LGTBI, dicen. Debemos reflexionar y reabrir un debate que ya parecía superado. Pues no, no está superado. Porque Samuel no será ni el primero ni el último en morir por culpa del odio, la intolerancia y la falta de valores de esos monstruos. Cabe hacer un paréntesis, detenernos por un segundo y preguntarnos por qué está pasando esto en el año 2021. Les invito encarecidamente a que lo hagan.
Y sí, soy maricón y lo seré toda la vida. No pienso esconderme, por muchas amenazas que me lleguen vía mensajes anónimos en redes sociales. No tengo miedo, no tenemos miedo. Como ya hacía en los pasillos de aquel instituto en los años 90. Por mucho que nos quieran volver a encerrar en el armario, en la oscuridad. Ese armario ya no existe.