Los uniformados llegan a la calle Moranta y una vecina, a lo lejos, se asoma a la ventana y alerta a algunos vecinos: «Está la pasma allí abajo». No muy lejos, en la calle Teix, el último bastión del clan de El Pablo, las cosas son similares: cuando una patrulla asoma, se cierran algunas puertas. En las zonas más conflictivas de La Soledat, dicen, las casas tienen ojos. Y oídos.
La Policía Nacional ha fijado su radar en esa barriada, para que no se convierta en el nuevo Son Banya ahora que el poblado gitano vive sus horas más bajas por el enemigo invisible: el coronavirus. Un equipo de Ultima Hora ha acompañado a las patrullas de la Jefatura palmesana, que se despliegan sin descanso en las inmediaciones de la calle Teix.
Uno a uno, van identificando a todos los peatones con los que se encuentran. Que no son pocos. Uno de ellos, de color, fotografía un rótulo en la calle: «Es que vivo aquí al lado y no sé nunca cómo se llama esta calle. Así me acordaré», alega. Otro muchacho cacheado reconoce a los agentes que «he venido a comprar, no os voy a engañar». Llegando a un popular hostal, la patrulla intercepta a un conocido yonqui de la zona. Se ha alejado más de cincuenta metros de su casa, sin justificación, por lo que la multa es de manual. Aunque el tema no parece incomodarle en exceso, quizás porque es insolvente. En una planta baja, sobre el tejado, aparecen unos gallos.
Algunas casas han sido registradas en anteriores operaciones policiales, y los policías -aunque no sean de Estupefacientes- se las conocen al dedillo. Es lo que tiene La Soledat: los narcos conocen a los policías y al revés. De hecho, hace unos días cayó el penúltimo búnker de El Pablo, que almacenaba cientos de plantas de ‘maría'. Cuentan que el mismo día que lo clausuraron ya se le buscó un local como sustituto. A rey muerto, rey puesto.