El 31 de diciembre de 2011 la vida le cambió para siempre a Alberto Encinas. Este pollençí de 45 años lleva desde esa fecha intentando recuperar a su hija, que fue secuestrada por su madre en Polonia.
Sobre la mujer pesa una orden internacional de busca y captura por parte de Interpol, pero el mallorquín denuncia que el sistema judicial «hace aguas por todos lados. Me siento muy estafado». Siete años después, ha viajado más de 40 veces a ese país europeo y se ha gastado más de 60.000 euros en la búsqueda de Olivia, pero todo ha sido inútil. «Allí no tienen interés en que la recupere».
Alberto se casó con la polaca Katarzyna Hlond, que por entonces trabajaba en una inmobiliaria en Mallorca, y en 2008 nació su única hija.
Dos años después se separaron y en las navidades de 2011 la mujer le comunicó a su ex marido que se iba con la niña de vacaciones a su país. «La custodia era compartida, pero ya no confiaba en ella, así que le hice firmar unos documentos para que se comprometiera a volver el último día del año. Me engañó y se quedó en Polonia con Olivia. Mi vida, desde entonces, ha sido buscar a mi hija», cuenta el progenitor.
Antes de que comenzara su calvario, tenía un trabajo estable, pero ahora sólo puede aceptar empleos en los que tenga libertad horaria, «porque me paso el año viajando a Polonia, en busca de mi hija». En junio de 2013, por fin, pudo ver «cinco minutos» a Olivia, en casa de la abuela polaca de la niña, y en presencia de la policía: «Mi hija no me soltaba, no quería que me marchara. Fue terrible. Le tuve que quitar las manos del cuello para separarme de ella e irme, pensando que la vería pronto. Y fíjate, estamos en 2018 y no he podido volver a verla».
En uno de sus desesperados viajes descubrió que la niña estaba en una guardería de Katowice. Luego se esfumó. Más tarde la inscribieron en un colegio público de esa ciudad, falsificando la firma del Alberto, que irónicamente tiene la patria potestad de Olivia. Volvió a desaparecer. El mallorquín la localizó de nuevo en otro colegio, esta vez en Borowno, pero de nuevo se le perdió el rastro en cuanto él puso un pie en la ciudad: «No es normal. La abuela tiene contactos en el ministerio de su país. Hay una mano negra y les ayudan».
El progenitor ha llegado a denunciar a la policía polaca, por dejadez de funciones, a pesar de que le dicen que hacen «todo lo que pueden para encontrar a mi hija. Es falso, porque hasta tengo una foto de Olivia y sus compañeros de colegio junto a dos policías polacas».
Otro dato que confirma la pasividad de los inspectores polacos es que Alberto, en una de sus búsquedas, logró localizar el colegio donde estaba la pequeña. Justo enfrente había una comisaría: «No tenían que buscar mucho, la tenían a unos pasos», ironiza amargamente el mallorquín. Algunas fiestas navideñas, Alberto las ha pasado escondido cerca de la casa de la abuela de Olivia, agazapado con unos prismáticos para intentar verla. Aunque sea de lejos, unos segundos.
Escondido
«Una vigilancia de las siete de la mañana a las ocho de la tarde, mirando sólo una puerta o una ventana, puede enloquecer a cualquiera. No puedes ir al baño, no puedes casi moverte. Y así una semana. Todo por intentar ver a Olivia», recuerda.
Sus críticas más duras van dirigidas al sistema judicial, en concreto a la jueza de Inca que llevó el secuestro y «que tardó casi tres años en dictar una orden de detención contra Katarzyna», y contra el Ministerio de Justicia y de Exteriores español, «que directamente no hacen nada por mí».
Tras siete años y pese a estar solo en su lucha, sólo apoyado por su familia y algunos amigos, Alberto no flaquea: «Seguiré viajando a Polonia las veces que haga falta para encontrar a Olivia».