La vida natural

| Palma |

Probablemente ya quedan muy pocas cosas que añadir a lo que está ocurriendo en Gaza. Todos los días aparecen comentaristas que nos recuerdan el genocidio, una palabra que se basta sola, sin necesidad de explicaciones al margen. Los comentaristas hablan una y otra vez de muertos, bombas, familias desmembradas y hambre. Es normal; es lo que hay que denunciar. Pero no hay que olvidar que se trata de un conflicto antiguo que parece no tener fin.

Cuesta muchísimo imaginarse que algún día se pueda resolver con la paz. Cuando yo era una joven valiente y con ilusiones, me dediqué unos años a estudiar árabe. Pensaba que algún día sabría lo suficiente para poder desenvolverme con soltura en esta lengua. Es evidente que esto no pasó, por diversos motivos que no vienen al caso. Un día me encontré en una librería un poemario de un autor palestino. Y no uno cualquiera, sino uno de los mejores de todos los tiempos, una auténtica leyenda viva: Mahmud Darwix. Cuando escribió Estado de sitio, a los 62 años, había vivido 54 bajo la ocupación israelí.

Y, sin embargo, pese al dramatismo de la realidad que muestra, también deja asomar cierta esperanza, como si viera cercana la realidad prosaica que vivimos los demás. Sin embargo, esta se va alejando más cada día, aunque él ya no ha podido verlo (murió en 2008). Tal vez sea mejor así. No hay muchos poetas que me gusten, pero los que me gustan, me gustan mucho. Y Darwix es uno de ellos.

Me encanta su manera de oponer la vida –tan injusta– que les ha tocado a la que, en cambio, querrían, a su deseo profundo de que la vida sea natural: «…nos apenaremos, como los demás, por cosas personales, / postergadas ahora por las grandes cuitas». Porque la vida individual, la íntima, no se puede permitir pensar en otras cosas. Está desparecida. Como muerta.

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