Una mentira contada mil veces no se convierte en verdad

| Palma |

Las Baleares sufren una saturación evidente. Colas, atascos y una creciente frustración entre residentes y visitantes reflejan las debilidades de un modelo de movilidad desbordado. Y las navieras, que somos las infraestructuras que cohesionan el territorio durante todo el año, nos vemos señaladas como las principales y únicas responsables del colapso circulatorio en sus carreteras. Somos, parece, el chivo expiatorio perfecto: visibles, regulables y sin opción de réplica directa. Un blanco tan fácil como equívoco.

Hacer creer a la población que la restricción de la llegada de vehículos por mar será el hallazgo del siglo para paliar los problemas de movilidad es una táctica tan estéril como temeraria, que solo busca distraer con respuestas rápidas y aplausos reconfortantes. Los datos, más que los titulares, nos avalan: los coches que entran por vía marítima en Eivissa suponen un impacto residual respecto el parque móvil de la isla. Un hecho que desmonta por sí sola cualquier narrativa. Spoiler: una mentira contada mil veces no se convierte en verdad.

Es muy preocupante que un acto de irresponsabilidad política escondida tras una normativa improvisada pueda acabar tomándose de referencia y replicándose en otros territorios. En Baleares está todo por hacer y todo es posible, pero requieren de soluciones estructurales, no parches efectistas. Y más importante todavía, urge capacidad de gestión para desplegar un plan integral de movilidad moderno, robusto e inteligente, basado en una red de transporte público eficaz, con parkings disuasorios, control de accesos en horas punta en zonas sensibles y medidas que desincentiven el uso excesivo del vehículo privado sin penalizar la actividad económica.

¿La realidad? Todo lo contrario. Es más fácil y simple poner un cupo a los barcos porque socialmente se sonríe y aplaude que «por fin se hace algo», ignorando los efectos colaterales de esta cobarde valentía. Insistimos en la necesidad de atajar el problema de raíz y desplegar medidas de fondo, que requieran de planificación, análisis riguroso, participación ciudadana, consenso político y una decidida apuesta por la digitalización como herramienta clave.

Limitar barcos es un gesto rimbombante que echa balones fuera. Es fácil de vender, da sensación de control y tiene una víctima concreta. Pero no solucionará los atascos. Y lo que es peor: limitará inversiones, encarecerá servicios y dañará el equilibrio logístico de las islas. No caigamos en el error de repetir el mismo guion esperando otro final. Todo por haber empezado mal: sin un diagnóstico serio, sin datos rigurosos, sin diálogo, sin plan. Así que antes de seguir dando palos de ciego, seamos responsables, honestos, y autoexigentes. Apostemos por medidas a la altura de lo que Baleares se merece y aprovechemos esta coyuntura para crear juntos un modelo de movilidad inteligente de referencia en el mundo.

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