Thomas More, estando preso en la Tower of London, escribió una serie de cartas que representan todo un tratado sobre como anteponer la honradez y la ética al oportunismo político. Su sutileza jamás comprometió la claridad de su posición y de su mensaje. El político inglés fue elevado a los altares como patrono de los políticos y gobernantes por su autoridad moral al dar la vida por sus convicciones cristianas. Inglaterra era todavía formalmente católica.
Tomás Moro, como se le conoce en el mundo hispano, fue un hombre singular. Humanista, hombre de Estado, canciller y santo, su personalidad y el interés de sus escritos han adquirido mayor actualidad con el devenir de los tiempos. Su vida y sus escritos tienen un significado y una fascinación absolutamente imprescindibles. Su importantica histórica y literaria es tan evidente como su alto valor ético y espiritual.
El santo inglés hubiera podido ser muy empático con el Rey Enrique VIII y firmar el Acta de Supremacía que representaba un repudio a la supremacía papal. A fin de cuentas, dicha Acta sólo buscaba adecuar la voluntad del Papa a la del Rey.
Por esa razón no soy partidario de gobernar al golpe de empatía. No hace mucho en una comisión parlamentaria en Baleares, la diputada de Podemos invitó al Conseller de Vivienda a gobernar con empatía. En mi turno de palabra recordé a la diputada que se debía gobernar no con empatía sino con las leyes vigentes. La objetividad del gobernante dará seguridad jurídica a los ciudadanos, es el imperio de la ley. En cambio, gobernar con empatía sólo traerá subjetividad, falta de rigor jurídico y, al final, clientelismo. Porque, qué significa gobernar con empatía. Qué empatía, la empatía de quién y hacía quién. Todos los ciudadanos somos iguales ante la ley y esa ley debe cumplirse por todos, los que están arriba y los que están abajo.
Tomás Moro lo tuvo claro, se ciñó a la objetividad. No le valió el capricho de Enrique VIII que, como el Papa no le daba lo que quería, menoscabó su autoridad proclamando el Acta de Supremacía. Del pecado de un hombre se derivó una grave consecuencia para todo un país. Inglaterra dejó de ser oficialmente católica. Mucho podríamos hablar aquí del comportamiento de las personas a ejemplo de lo que han sido sus padres. Así, en este caso, deberíamos recordar la influencia que tuvo sobre Enrique VIII, su padre, Enrique VII y el Cardenal Wolsey.
Sería bueno recordar el testamento espiritual que San Luis, Rey de Francia en el siglo XIII, escribió a su hijo, entre otras cosas le dice: «Para con tus súbditos, obra con toda rectitud y justicia». La rectitud y la justicia son precisamente la objetividad y la seguridad jurídica que en toda sociedad necesitamos. San Luis lo escribió, pero antes lo había practicado él mismo, sabiendo que el ejemplo es fundamental para poder luego tener la auctoritas moral de decirlo con credibilidad.
El aforismo latino ubi societas, ibi ius -donde hay sociedad, hay derecho- se cumple siempre. No me vale que una diputada de Unidas Podemos diga que se debe gobernar con la empatía, hasta Podemos tiene estatutos. Cabría preguntarse si ellos o ellas, como gusten llamarse, gobiernan su casa con empatía o con sus estatutos, más bien con estos últimos.
Vayamos a la Torre, no a la de Londres. No les diré cuál, tendrán que adivinarlo ustedes mismos. Es un lugar pacífico, reina en ella el silencio. Los haces de luz atraviesan el cristal de las ventanas e iluminan el interior. Con esa luz, el silencio cómplice y el trabajo y el estudio se atisban con claridad los trascendentales del Unum, Verum, Bonun, Pulchrum que son en definitiva los que salvaran al mundo. Un mundo que está sediento de autenticidad, verdad, bondad y belleza. Desde la política también se pueden buscar, es más, se deben buscar porque se encontrarán si se buscan con ahínco.