Hace muchos años me tocó intevenir en Polonia en la solución del secuestro de un avión de IBERIA por un italiano, Luciano Porcari. Durante las negociaciones, el Embajador de Italia se ofreció como rehén a cambio de los pasajeros. El secuestrador no aceptó y cuando, no obstante, le agradecí su gesto al embajador me respondió «lo he hecho por Italia». Es decir, antepuso el interés de su país al suyo particular. Lección aprendida.
En las recientes inundaciones en la comunidad valenciana hemos visto que, con la excepción del Rey, no ha habido ningún sentido del Estado. Gobernantes de cualquier nivel y de distinto pelaje han escurrido el bulto pensando más en su futuro político que en proporcionar a los damnificados la ayuda y gestión que era requerida.
Sin el sentido del Estado de las fuerzas y cuerpos de seguridad, sin el sentido del país y del Estado de los cuerpos profesionales en la cúspide de la Administración, del PSOE de la primera hora y del PP de la segunda hora, este país hubiera sufrido una quiebra insuperable.
El peor ataque al sentido del Estado lo llevaron a cabo Puigdemont y seguidores cuando en vez de defender el Estado como era su obligación proclamaron a traición la independencia de Catalunya.
Para mí, hay dos elementos muy preocupantes en la situación política actual. Por una parte, el llamado Estado de las autonomías está debilitando el sentido del estado en vez de fortalecerlo. Si tuviéramos un sistema verdaderamente federal con total y absoluta lealtad institucional y constitucional quizá podríamos ensamblar un estado fuerte. Pero ahora, cada autonomía juega a ser estado y a no permitir que lo que despectivamente llaman el gobierno central se entrometa en sus asuntos o, lo que es peor, a pedir cada vez más para que el estado tenga cada vez menos.
Por otra parte, los partidos políticos, ávidos de poder, que es tanto como decir, de cargos para sus afiliados y dirigentes, no dudan en aliarse con partidos fuera del sistema o con nulo interés por la estabilidad del sistema. En el momento en el que el gobierno de la nación depende de aquellos que quieren sabotear el Estado, todo está en peligro.
Como ciudadanos es duro imaginar que ese sentido del Estado pueda quedar en manos solo de los militares y del Jefe del Estado. Un país para hacerse respetar y para ser grande requiere de estadistas, de personas que miren hacia lo lejos y no a la punta de sus zapatos.
Echo de menos aquel espíritu que exhibieron durante la transición dos personas tan controvertidas como Fraga Iribarne y Santiago Carrillo. Antepusieron el interés nacional a los intereses de sus partidos. Igual que hoy con Sánchez y el PP.