En esa orgía de datos que proporciona el turismo en las Islas, esta semana hemos sabido que solo en los primeros nueve meses del año ya nos han visitado 16 millones de personas, algo así como la población total de Suecia y Dinamarca juntas. Y aún queda un trimestre, que añadirá un par o tres de millones más. Es mucha gente. Muchísima. Y seguramente gran cantidad de ellos proceden de países así de ricos porque cada uno se ha gastado una media de doscientos pavos al día, que también es mucho. Sabemos que el tema viajeril se ha puesto por las nubes y a los españoles nos cuesta cada vez más elegir destino vacacional porque todo está carísimo (incluso Portugal, me cuentan). Y espérate, porque me temo que esto no ha hecho más que empezar. Balears sigue de modísima y a pesar de que a nosotros nos agote mental y físicamente la persistente aglomeración de gente en todas partes, el trajín inmisericorde de terrazas, grupos con guía, coches hasta en la sopa, barcos como plaga y playas imposibles, no será fácil ponerle coto.
¿Por qué? Porque, como se solía decir antes, efectivamente, esto es la gran gallina de los huevos de oro. Nada menos que 19.500 millones de euros nos han caído del cielo entre enero y septiembre y hay que sumar lo que resta del año. Recordemos que la comunidad autónoma maneja un presupuesto de siete mil millones. Ante este suculento panorama, es difícil creer que alguno de los sectores implicados desee poner coto al crecimiento. Al contrario, los hoteleros alardean de que cada vez más establecimientos prolongan la temporada para seguir captando ingresos. El único modo de lograr la cuadratura del círculo es aceptar que lleguen menos turistas si gastan tanto como el mogollón actual.