La nueva selectividad para este curso -PAU a la sazón- llega mal y tarde. Nuestros jóvenes baleares, desesperados por la demora, se topan frente a un sistema que tiene pinta de ir a peor. Todavía recuerdo cuando me tocó enjaretar los nervios ante la hazaña de la selectividad. Ya entonces nos engañaban diciendo que aquel iba a ser el último año del martirio selectivo. Treinta años después, a lo más que aspiramos es a cambiarle el nombre.
La nueva selectividad balear viene con regalo incluido. En las materias de letras castellanas (lengua y literatura), cada falta ortográfica restará 0,25 décimas de la nota final, siendo el máximo penalizado dos puntos. Estarán cabreados nuestros jóvenes que si antes podían cometer un máximo de 26, ahora solo podrán lucir 9 faltas. Para las letras catalanas (lengua y literatura), cada falta restará 0,12 décimas de la nota final. Lo que se traduce en un máximo permitido de 17 errores. Al final, con tanto cálculo penal, uno ya no sabe si lo que hace es un examen de lengua o de matemáticas.
Lo que me escuece la piel es la diferencia sancionadora entre el catalán y el castellano. Se trata de una diferencia que suena a agravio lingüístico. ¿Por qué en catalán se pueden cometer 17 faltas y en castellano 9? Huele a discriminación magistral; una discriminación que para los arquitectos de la prueba es transitoria, ya que en el futuro dicen que se igualará el número de faltas permitidas en las dos lenguas.
Que me perdonen la comisión organizadora, los rectores y la UIB, pero un servidor que lleva tres décadas esperando la desaparición del engendro, ya no cree en estas transiciones. Siempre defenderé que el criterio objetivo para entrar en la universidad está en la nota media de los estudios preuniversitarios y no en la suerte de jugárselo todo a una carta.