Dos recientes portadas merecen este artículo que no pretenden resolver lo planteado como esperan algunos lectores de los que sencillamente intentamos mover o remover algunas de las ideas o acontecimientos que nos envuelven. Plensa es portada y también llena la Lonja de magnificencia; Esta Palma caótica y tan perdida recupera el arte verdadero y, por consiguiente, la esperanza. Todo se recoloca y para ello se necesitan los referentes inmutables e impasibles a los caprichos del tiempo. Ahí está la Lonja, un edificio mágico para el que el artista vaticinó otros setecientos años más de gloria. El catalán, ahora laureado, pasó hace tres décadas por Pollença sin mayor pena ni gloria de la mano de un amigo que creía más en el arte que en el dinero. Las convicciones que nos mueven son absolutamente determinantes para las ciudades y también para sus habitantes. Estar por encima de la coyuntura, los maravillosos góticos que atesoramos y preservamos nos permiten creer que resistiremos al paso del tiempo y para ello las aspiraciones son fundamentales. Un artista a fin de cuentas existe gracias a sus sueños y a su dedicación. El tiempo hace su efecto y ahora todos podemos disfrutar del continente y del contenido que se funden en una simbiosis suprema gracias a una fundación alemana que pone de manifiesto que Mallorca canaliza esfuerzos y aspiraciones que van más allá de nuestras fronteras. Esa globalización, o al menos interés, ha llevado a muchos a poner a disposición de extranjeros sus propiedades (vendidas, alquiladas o usadas con fines vacacionales). El pasado domingo un exitoso hotelero mallorquín de la última hornada, afirmaba: «Más saturación habrá si todos alquilamos a un turista la casa de la abuela». La afirmación tiene un contexto de limitación de plazas y decrecimiento, el eterno pulso entre los establecimientos hoteleros y las viviendas turísticas. Creo que lo interesante sería reflexionar sobre cómo podemos mantener esa casa de la abuela para que sea una especie de tótem identitario y, tal vez, de resistencia a unos tiempos modernos que nos llevan a abandonar todo lo que hemos recibido y que fue un tremendo esfuerzo para nuestros antepasados. Conservar la casa de la abuela terminará generando críticas o beligerancia, mucho más si se encuentra cerrada o se disfruta esporádicamente. Puede que ese alquiler no sea lo que deseamos, pero sea el peor de los males. Puede que lo fácil sea derribarla y convertirla en una finca de plurifamiliares de cincuenta metros cuadrados. En fin, podemos arrasarnos y volvernos a inventar, pero creo que no somos capaces de ello y que dicha habilidad se ha perdido tanto colectiva como individualmente. Algo que une las dos portadas, la magnificencia, el artista en su obra y las abuelas con cada uno de nosotros depositando también amor, dedicación e ilusión. El debate turístico y el arte exigen que pongamos toda nuestra inteligencia y la misma emoción que supone defender la casa de los nuestros.
Plensa y la casa de la abuela
Juan Franch | Palma |