No somos primas, ni siquiera parientes lejanas, aunque a veces, para gastar una broma, decimos que sí lo somos. Da igual. No la querría más si fuera cierto. La conocí un día lluvioso en su tienda de antigüedades. Yo había ido a entrevistarla para mi sección de Brisas, titulada ‘Escritores en su tinta’. Desde el principio me trató con mucha familiaridad. Es una gran conversadora. Me hacía reír contándome anécdotas de su infancia. De pequeña ya le encantaba leer, y se lo leía todo (desde los envoltorios de los caramelos a los prospectos de las medicinas). Además, lo que se le daba mejor ya por entonces era escribir. Las redacciones –que entonces se llamaban «composición»– eran lo que más le gustaba. La lengua ocupa todo su espacio, le fluye por dentro, como la sangre que va desde el cerebro hasta la planta de los pies. Antonina Canyelles es la lengua propiamente dicha. Este fue uno de los motivos por los que nos fuimos cogiendo confianza y seguimos viéndonos después de su jubilación.
La verdad es que ella es la mejor poeta catalana viva que conozco. O no. Es la mejor poeta viva que conozco. Sus versos se disparan como flechas, directos, con gran carga de ironía y, a la vez, con pequeñas dosis de ternura. Y de la suma de los dos elementos surge la conmoción en el lector. Tonina es dura como una roca y suave como los pétalos de una margarita. Por eso, al leerla, te quedas unos instantes conmocionado, muy impresionado, mirando la página sin poder pronunciar palabra pero pensando que aquellos versos son geniales. ¿De dónde salen aquellas asociaciones de ideas, que hieren pero, a la vez, están tan cargadas de humor? Imposible saberlo. De un tiempo a esta parte, Tonina pasa todas las mañanas en un céntrico bar al que llama oficina. Cada día se acerca alguien con quien despachar, de manera que sus amigos ya nos conocemos. Nos hace reír. Mucho. Ella tiene la suerte de ser capaz de decir en cada momento lo que piensa, sin limitaciones. Esto es algo que yo aún no he aprendido. Pero como somos primas, un día de estos me enseñará.