A los mallorquines, nos han robado las playas. La mayoría de mis conocidos me confiesa que esperarán a finales de septiembre para disfrutar de las playas de la isla con cierta comodidad. Hace unos días una amiga se fue a Es Caló des Moro, aquella calita antaño deliciosa, donde hoy en día los extranjeros corren para hacerse un selfie como si se tratase de un asunto de vida o muerte. Vivimos en el reino de Instagram. Con el deseo de conseguir un lugar en la Cala, mi amiga llegó a las ocho en punto. Se acabó eso de remolonear entre sábanas un día cualquiera de vacaciones. En las playas pronto habrá tiquets de turno: tendremos que armarnos de paciencia y esperar que nos toque la vez para ocupar un metro de arena.
A las ocho y cinco respiró con alivio: había logrado lo aparentemente imposible. A las 9 horas tuvo que recoger sus bártulos y asumir la derrota. En menos de una hora hubo una invasión de turistas que desplazaron a los pocos mallorquines que decidieron madrugar. Se marchó enfadada con el mundo, antes de ser aplastada por la masificación.
Los taxistas me explican que reciben llamadas de los hoteles donde turistas japoneses y coreanos, por ejemplo, pagan el trayecto hacia esa playa, famosa mundialmente gracias a las redes sociales. La tecnología tiene muchas ventajas, pero también nos destroza el paisaje y la intimidad.
A los mallorquines, puede que también nos hayan robado los veranos. Esa posibilidad de perderse en tu propia isla, de encontrar el silencio, la calma. No quiero ser exagerada, pero tampoco pretendo esconder lo que vivimos. Nos supera esa humanidad que ocupa un territorio limitado, porque las islas son islas (una extensión de tierra rodeada de mar por todas partes -nos enseñaban en la escuela, cuando pensábamos que éramos unos afortunados y lo éramos de veras)
A los mallorquines, nos han robado la identidad. Es un milagro ir por las calles de Palma y escuchar a alguien hablando en catalán. En las escasas ocasiones que me ocurre, estoy a punto de llorar de emoción y abrazar a esa persona que se resiste a olvidar dónde nació.