Me falla mucho la cronología, como los nombres propios, errores ambos imperdonables para un periodista. Lo de los nombres propios se arregla con búsquedas en internet, pero las cronologías son más complicadas, y a veces cometo errores de siglos, por no hablar de las confusiones entre el antes y el después. No recordar quién hizo qué es molesto, pero no poder ubicar cuándo es mucho peor, y estoy convencido de que mi problema con las cronologías, más que a desmemoria propia de la edad, obedece a las innumerables ficciones que me he zampado desde niño, en novelas y relatos de todas las épocas, así como al trato asiduo que mantengo con fantasmas de otros tiempos. Creo que perdí el sentido del orden cronológico por exceso de cultura. Distingo la antigüedad, la Edad Media, el romanticismo y la modernidad, pero salvo estos grandes grumos espaciotemporales, lo mismo me da dos siglos arriba que abajo, porque las ficciones no tienen edad. Y supongo que antes de perder el sentido temporal, y la lógica sucesión de causas y efectos, ya no creía demasiado en el famoso factor tiempo, la cuarta dimensión de los físicos, y me daba igual a la hora de engullir historias, ficticias o reales. No digamos si esas historias eran de por sí atemporales, de largo las únicas dignas de interés. Y puesto que lo peor que le puede pasar a un tipo con desórdenes cronológicos es no creer en la cronología (ni por tanto en el progreso), ser por así decir un ateo espaciotemporal, esta deficiencia mental, acaso también moral, no ha dejado de agravarse. Ahora la cronología es para mí una melaza de fechas sin sentido, un ovillo de pasados y futuros. Conozco al detalle muchas cosas que no puedo mencionar, pues no recuerdo si pasaron en el siglo XVII, en el XIX o antes de ayer, y el recurso de ubicarlas por el decorado (caballos, armas, vestimenta) es muy vago y falto de rigor. Curiosamente, el siglo XIII lo identifico bastante bien, y si hay teléfonos móviles sé que estoy en la actualidad, pero pare usted de contar. El resto es una amalgama brumosa, con gentes deambulando entre los restos del festín, y anotaciones efímeras en los calendarios. Me falla la cronología, en fin. Creo que lo dije antes.
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