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Menos en Santanyí, claro

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Hoy quería hablar de Francia pero temo que me tire más Santanyí. Me enteré del giro de la tortilla (francesa) a mi regreso de Cala Figuera, donde había pasado un inolvidable fin de semana rodeado de amigos cultos y cultivados que –no por ello– sienten la obligación de ser de izquierdas y, encima, proclamarlo a los cuatro vientos. He aquí un privilegio muy escaso, del que puedo disfrutar de Pascuas a Ramos, como quien dice. El Concert Arran de Mar que cada año organiza el Ayuntamiento de Santanyí el primer sábado de julio es para mí una excusa perfecta para sumergirme en un mundo que, en otras ‘latitudes' más cercanas a mi entorno de origen, se me ha ido escapando de las manos como un pez huidizo. Qué gozo que todo el mundo hable –pública y privadamente– en catalán de Mallorca pero que a continuación no te quieran vender el sermón de las bondades económicas del Gobierno de Sánchez. Mateu Nadal, regidor de Cultura –con un presupuesto que tira de espaldas–, es un tipo formal, algo estirado de porte, que se toma muy en serio su trabajo. Pronunció su discurso de rigor antes de la soberbia actuación del tenor Javier Franco junto con la Orquesta del Festival de Santanyí –un lujazo– y en el intermedio servía copas de cava a los invitados. Ni un grito, ni una reivindicación, ni siquiera la visión fugaz de un melenudo de pelo grasiento, ensortijado y mirada agria. Solo glamour y luces titilantes sobre una lengua de mar evocadora de misterios y aventuras. Todo muy literario y en absoluto reivindicativo. La victoria de Mélenchon en el país galo no me dejó ni frío ni caliente, pero me sorprendieron desagradablemente los comentarios en red de los izquierdistas de manual: «Hay que aprender de los franceses». ¿Aprender qué? Debieran decir eso a los judíos del país vecino, muchos de los cuales ya están haciendo sus maletas porque el líder de la Francia Insumisa, además de antisemita, es un islamista confeso. El actual momento político francés es apasionante para los observadores –Juliana está disfrutando como nunca– pero altamente preocupante para el futuro de las democracias liberales y, por ende, de la UE. Más que una victoria de la izquierda radical, me parece una prórroga hacia no sé qué. Vamos dando bandazos, palos de ciego en la noche oscura de un cambio de ciclo que no sabemos adónde nos llevará pero que no puede ser bueno ni para los moderados ni para las minorías. Menos en Santanyí, claro.

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