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Viejo

| Palma |

Y entonces un día te haces viejo y tus hijos se han marchado. Y seguirán el camino inverso de murcianos, andaluces, colombianos y marroquíes. Harán las maletas porque, igual que hace muchas décadas, son demasiado pobres. No se irán en patera ni en tren durante días al norte de Europa, como ya hicieran sus tatarabuelos allá en los años 60. Cogerán un triste vuelo de Ryanair (siempre con la maleta adecuada para que no cobren sobrepeso ni caer en ninguna de sus tretas de pirata del aire) y se irán más allá del mar, lejos de la Isla. Y te quedarás solo, rodeado de desconocidos.

Al principio no pasará nada, existen las videollamadas e incluso te animarás a coger uno de esos vuelos low cost para ver a tu hijo, que ya ha echado raíces en otro sitio. Y ha conocido a una chica y, mira tú por dónde, van a tener un hijo. Pero los años pesan y un día se hará demasiado cuesta arriba meterse en la selva multitudinaria del aeropuerto de Son Sant Joan (es probable que para 2050 se haya ampliado un par de veces y ya no reconozcas nada) para ir a ver a tu nieto.

Entonces esperarás a que vengan ellos y lo harán, siempre que puedan. Pero un día te haces un análisis de sangre y luego unas placas y luego un TAC y, sorpresa, las cosas no van bien. Y ahí es, querido amigo, cuando te das cuenta de que tu hijo se fue demasiado lejos y tú ya eres demasiado viejo para ir solo al médico.

Entonces te acordarás de que tu hijo quería quedarse pero no pudo, porque era demasiado pobre para esta Isla tan codiciada por todos. Y eso es lo que pienso cuando espero en la puerta del cole a que salgan los chiquillos: ¿Adónde iréis, hijos míos?

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