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Que vaya acabando ya

| Palma |

Tage Erlander llevaba 23 años como primer ministro en Suecia cuando un día, sin previo aviso, anunció su dimisión. Le preguntó un periodista por la razón de una decisión tan repentina y contestó: «Esta mañana mientras me afeitaba, ante el espejo, he pensado que sería de Suecia si yo no estuviese. Antes de pensar esto por segunda vez, he decidido dimitir».

Todos los políticos cometen errores cuando llevan 8 o más años en el ejercicio del poder. Es inevitable porque empiezan a pensar que nadie conoce mejor su país que él o ella o porque sus consejeros empiezan a decirle lo que él quiere oír no lo que debería escuchar. Porque se confían y piensan que nadie les desafiará. No se salva nadie ni Thatcher, ni Kohl, ni González (el único que ha gobernado en España más de 8 años)

Un caso insólito es el de Pedro Sánchez porque no ha tenido que esperar ocho años para cometer errores de prepotente. Su acceso al gobierno con esa coalición Frankestein, como dijo Pérez Rubalcaba, fue ya un gran error. El gobierno carecía de un proyecto. Solo tenía dos objetivos que se resumen en uno: perpetuar a Sánchez en el poder y evitar a cualquier precio que la derecha gobernase en España. Desde entonces, todos los días, se mira en el espejo el presidente del Gobierno y concluye que España no puede funcionar sin él, porque todo lo demás es «fango».

Un gobierno que no puede gobernar no tiene ningún sentido y ahora mismo, el gobierno de Sánchez no tiene ninguna posibilidad de gobernar de manera racional y aceptable. ¿Cómo es posible que la dirección del PSOE amenace con medidas disciplinarias contra diputados o senadores que no voten la ley de amnistía y, sin embargo, permite que sus socios de gobierno no voten leyes del gobierno del que forman parte, discrepen de la política exterior de ese mismo gobierno y asuman eslóganes que implican la desaparición de Israel?

¿Qué proyecto tiene Sánchez para el PSOE y para el país? Esa pluralidad de España de la que alardea Sánchez es en realidad un gallinero de voces discordantes sin que nadie intente, batuta en mano, armonizar las voces y los impulsos para construir un proyecto nacional.

Sánchez se permite decir, por lo bajini, a la presidenta del Congreso que le diga a Feijóo «que vaya acabando ya». Produciría sonrojo que pillasen al premier británico diciéndole al speaker que le corte la palabra al líder de la oposición. Para que no haya dudas, el speaker se da de baja de su partido, cuando es elegido, para conservar su independencia.

El error de origen no es subsanable. ¿Por qué, entonces, no le dice alguien a Sánchez que vaya acabando ya?

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