Lo de estos angelitos argelinos de Son Gotleu es de traca. Son como Atila: por donde pasan no crece la hierba. Y eso que en Son Gotleu ‘hierba' hay para dar y regalar, pero de la otra. Cuentan las malas lenguas, que siempre son las buenas, que el grupito de encantadores vecinos llegó hace tres meses a la barriada. No pretendían inaugurar un casal de barri ni abrir una biblioteca. Que todo podía ser. Y que colocados día y noche por las pastillas Lyrica, que compran a un módico precio, los chavales eligieron media docena de pisos cerrados propiedad de bancos y los okuparon. Su número varía, pero los cálculos más fiables apuntan a que son, como mínimo, cincuenta jóvenes. Aunque por cómo se las gastan equivalen a una legión romana. No tienen líder, que para eso de arengar a las tropas hay que tener cierto ingenio, y siempre se mueven en grupo. Llevan teléfonos de última generación, de los que no suelen tener factura de compra, y una navaja, que no usan precisamente para pelar manzanas. Venían de la Platja de Palma, donde consiguieron expulsar a los carteristas rumanos, que tampoco eran unos devotos de la madre Teresa de Calcuta. Allí, hace unos días, aconteció una anécdota muy gráfica. Dos policías nacionales de paisano estaban vigilando de noche a los recién llegados, para que no delinquieran. De repente, dos magrebíes surgieron de la nada y se les acercaron con sendas botellas en las manos: «Dadnos todo lo que lleváis». Descubrieron tarde que las víctimas eran ‘maderos'. Cuando llegaron a Son Gotleu, comenzaron a frecuentar la calle Indalecio Prieto, por las mañanas. De noche, se esfumaban. Hasta que empezaron los robos en coches y luego en pisos de Son Gotleu. Nunca había pasado, porque el barrio es sagrado para cualquier hampón que se precie. Se rumorea que su error principal fue que entraron hace unos días en la casa equivocada. Vamos, que robaron a un narco. Y eso, en los bajos fondos, no tiene perdón. Desde entonces, no salen de casa. La furia de Son Gotleu ha caído sobre ellos cual plaga bíblica y los chavales, muy valientes cuando actúan en manada, no han vuelto a pisar la calle. Temerosos, como si se hubiera desatado un holocausto zombi. Cuentan, con todo, que no se privan de nada. Y que encargan comida a domicilio a través de los motoristas de Glovo. Normal, por otra parte. Que ya tienen suficiente con que los busque todo un barrio para encima tener que pasar hambre.
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