La lengua catalana de Balears no es de izquierdas, aunque el centro derecha haya dejado la defensa y promoción del idioma propio exclusivamente en manos de los partidos de izquierda, como puso de manifiesto la nutrida representación de sus dirigentes en la concentración por el ‘Sí a la llengua!' de hace una semana en la plaza Mayor de Palma. Los convocantes, la Obra Cultural Balear (OCB) y Joves per llengua, han utilizado el éxito del llamamiento como un arma arrojadiza contra el Govern de Marga Prohens. El PP se equivocaría si dejara la concentración a beneficio de inventario y se consolara con la idea de que total, todos estos no nos votan, que no sería una novedad, las consecuencias de la cual ya han padecido los populares en otros momentos de su historia.
En los albores de la autonomía fueron los ejecutivos de centro derecha que pusieron los fundamentos de la legislación cuyo objetivo es defender y promover la lengua propia de Balears, una responsabilidad histórica acerca de la cual el PP debería reflexionar sobre las razones por las que ni se le reconoce ni se le respeta. En el mismo paquete debería incluir las causas del sesgo izquierdista, o cuando menos anti PP, adoptado por la OCB cuando se trata de una organización cuyos orígenes se vinculan a personas procedentes de las clases acomodadas e instruidas de la sociedad mallorquina de los años sesenta del siglo pasado. Por iniciativa del gran Francesc de Borja Moll, ilustres como Guillem Colom, Miquel Forteza o Miquel Marqués, entre otros muchos, ninguno sospechoso de veleidades revolucionarias, nació la OCB con la finalidad de preservar, promover y prestigiar el uso social de la lengua catalana de Balears. Sin renunciar a ello, sin embargo, la OCB ha incorporado metas políticas que probablemente se alejan del espíritu de los fundadores y que han contribuido a identificar catalán con izquierda en buena medida por abandono del centro derecha.
Sin duda, el PP ha tenido épocas (José Ramón Bauzá, el último) en las que se ha ganado a pulso algunos de los epítetos que se le han dedicado desde la izquierda y el nacionalismo y que han tenido una indiscutible respuesta en las urnas. En la actualidad, el problema del PP es Vox y su acendrado antimallorquinismo (la misma aversión cultural en Menorca y en Eivissa y Formentera) que impone en la conversación pública, aunque no responda a la realidad. Tiene razón el Govern cuando limita su actuación lingüística a dos únicas medidas: la modificación de la exigencia de catalán en la sanidad, que ya no es un requisito (Francina Armengol lo había intentado y los radicales de su Govern no se lo permitieron) y el plan piloto para la elección de lengua en la enseñanza, cuestión esta última que por muchos peros que se le puedan oponer no contradice ninguna disposición legal ni entra en conflicto con la legislación en materia de idioma ni con el Estatut d'Autonomia.
El equilibrio que se ve obligado a mantener el PP entre los ultras a su extrema derecha y sus bases más centradas no debería llevar al partido y a su Govern a ponerse de perfil y ser capaz de tomar la iniciativa por ejemplo ante absurdos como el protagonizado por el Rey: El Govern ya debería haber exigido la rectificación del reconocimiento real a quienes hacen bandera de la ignorancia.