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La confesión de los verdugos del cura rojo

| Palma |

Cuando en 1995 el sacerdote jesuita Nicolau Pons acabó una de sus misas en Can Picafort, recibió una visita inesperada. Se le acercó un «señor muy respetable» de la zona para confesarle que formó parte del pelotón de ejecución del llamado ‘cura rojo' de Mallorca. Le explicó, con aflicción, que a pesar de todo era inocente: «Me obligaron, ¿sabe? Yo no lo maté porque apunté al aire». Poco después, apareció otro desconocido para confesarle exactamente lo mismo. Nicolau revela estos encuentros ahora, con 97 años de edad: «Tenían dentro de su alma el remordimiento de matar a ese pobre señor. Fue como una confesión y se quedaron más tranquilos. Ahora sabemos que al menos dos de los diez ejecutores del padre Alomar no estaban conformes». Es la primera vez que aparece un testimonio de este tipo.

El sacerdote Jeroni Alomar Poquet nació en 1894 en una familia acomodada de Llubí. Su madre era viuda y Jeroni maduró muy rápido para ejercer de padre de su hermano Francesc. Después, se convirtió en párroco de Esporles y Son Carrió. En seguida se ganó fama de rojo porque recelaba de los falangistas, ayudaba a los sindicatos católicos y su hermano era el presidente de Esquerra Republicana Balear en Muro. La diócesis desconfiaba de él y le dejó sin parroquia. Jeroni dedicó su tiempo a ayudar a su madre y a abrir pozos por toda la isla. Tenía un talento especial como zahorí. Se dedicó también a predicar, a la lectura y compró una radio con la que escucharía después emisoras republicanas.

Todo cambió con el golpe de 1936. Su hermano fue encarcelado y movieron cielo y tierra para liberarlo. La respuesta fue que «con estos antecedentes, no es posible atender a su natural, humana y lógica petición». Jeroni también era sospechoso y le tendieron una trampa. Le acusaron de ayudar a dos rojos a escapar, así que también fue detenido. Le juzgaron junto al párroco de Bunyola, Antoni Rosselló, y Jeroni se negó a arrepentirse de nada. Aquello le condenó a la pena capital con los dos desertores. Escribió cada día a su madre desde la oscura y fría celda. Sus cartas desesperadas pueden leerse en la biografía que publicó Nicolau Pons. En una acusa a los seguidores del partido de March: «Todo arranca de esta mala gente verguista de Llubí. Confío en que Dios les dará su merecido».

El 7 de junio de 1937 asistió a su última misa. Al salir de la celda camino del cementerio de Palma, le esperaba su madre, como la Virgen en el Calvario, y les dejaron abrazarse unos minutos. Jeroni trató de consolarla hasta que le obligaron a continuar. Le acompañaban los dos izquierdistas, Joan Baldú y Martí Ros, como si fueran los ladrones crucificados con Jesús, y ya amanecía cuando colocaron a los tres en el paredón. Jeroni se quitó la sotana para no mancharla de sangre y sus últimas palabras fueron «Pau i Justícia. Visca Crist Rei». Tenía solo 42 años.

Su madre, que era muy devota, rogó un funeral al obispo Miralles, pero la ignoró. Murió de pena en 1940. Su hermano Francesc vivió durante la dictadura en sa Pobla. Hubo que esperar hasta 1995 para que el obispo Teodoro Úbeda dedicara una misa a Jeroni y rehabilitara su figura como «sacerdote ejemplar». Francesc de Borja Moll escribió sobre él: «Para mí, Alomar es un mártir de la caridad que Jesucristo señaló como la primera de las virtudes».

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