Ahora que Pedro Sánchez ha puesto de moda las crisis políticas por amor, viene que ni pintado una historia real aún más apasionada que la suya. Aunque eso parezca imposible. Se remonta a los años 30 del siglo XX, cuando el entonces príncipe de Inglaterra, el futuro Eduardo VIII, se enamoró perdidamente de una plebeya, extranjera y divorciada. Vamos, un pleno al quince de la época. La afortunada era una estadounidense llamada Wallis Simpson, más estilosa que bella, que siempre vestía impecable. El joven Eduardo VIII, que era mucho más civilizado que su antepasado Enrique VIII y no decapitaba a sus amantes, fue coronado rey en 1936, a la muerte de Jorge V, pero su reinado solo duró 325 días. Ni la monarquía, ni la Iglesia, ni el pueblo querían a Wallis, de la que se rumoreaba que era una hechicera sexual, así que Eduardo le entregó la corona a su hermano Jorge con un: «Aquí os quedáis, chatos». O algo así. Y seguro que aquella histórica abdicación valió la pena porque la pareja, desde entonces, no se perdió una fiesta. Lejos del asfixiante protocolo de Buckingham, estaban en todos los saraos y en 1937, para jorobar un poco a la corona inglesa, el matrimonio visitó a Hitler en Alemania. Y, como era de esperar, se montó la de Dios. Pero Wallis siempre ganaba y siguió de juerga en juerga con el rey más breve que, embelesado, le regalaba las joyas más costosas y se desvivía por ella. Eduardo, exhausto de aquel maratón de pasión, murió en París en 1972. Ella, que aún tenía cuerda para un rato, le sobrevivió catorce años más. Siempre nos quedará la duda de si estaba más enamorado Eduardo o Pedro.
Pedro y Wallis
Javier Jiménez | Palma |